Alrededor de 200 migrantes centroamericanos que fueron deportados por Estados Unidos pasan estos días hacinados en una plaza pública del municipio fronterizo de Reynosa, en el estado de Tamaulipas, un reflejo de la reciente ola migratoria que azota la región.
“Ya tengo 15 días aquí en Reynosa, la estamos pasando un poco mal por el frío y durmiendo en el piso. Es duro porque uno anda con los niños. Uno piensa en ellos porque la verdad es que ellos no tienen la culpa de andar aquí. Son decisiones que uno las toma sin consultarles”, expresa con tristeza el salvadoreño Salvador Ernesto Alvarado.
La región vive una potente ola migratoria hacia Estados Unidos desde la llegada del demócrata Joe Biden a la Casa Blanca, a finales de enero, tras su promesa de llevar a cabo una política migratoria más laxa.
Te puede interesar: Reactiva el INM redadas contra migrantes en Chiapas
Las autoridades estadounidenses detuvieron a 100,441 indocumentados en febrero, frente a los 78,442 de enero.
Y por primera vez y tras un año de pandemia, México anunció la pasada semana el control terrestre para actividades no esenciales en su frontera sur, alegando que se debía evitar la propagación del coronavirus.
HUIR DE LA POBREZA Y LA VIOLENCIA
Salvador salió de su país con su esposa y sus dos hijos, un menor de 12 años y una niña de 7, ante el temor de perder la vida amenazado por pandillas.
“Nosotros prácticamente venimos huyendo de la delincuencia. Yo tenía mi casita, pero las pandillas querían que colaborara con ellos y que mi hijo trabajara como vigilante para que estuvieran protegidos. Como no lo hicimos un día nos quemaron la casa y mi esposa sufrió quemaduras en el brazo al querer salvar a los niños”, subrayó el migrante.
Este jueves se abrió un albergue provisional después de que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) pidiera a las autoridades estatales otorgar atención humanitaria de forma urgente a los migrantes.
“Se tuvo a bien habilitar un albergue para poder atender las necesidades básicas de los menores y sus padres", dijo a medios Ricardo Calderón Macías, delegado regional del Instituto Tamaulipeco para los Migrantes.
Este albergue -continuó el funcionario- se ubica en el gimnasio de la Universidad Autónoma de Tamaulipas y cuenta con el apoyo de médicos y servicios sanitarios para evitar la propagación del Covid-19.
“Nos están apoyando ellos para ya no estar aquí (en la plaza). Dicen que nos van a llevar para bañarnos y darnos comida y tener un servicio mejor", explicó el hondureño Marvin Pérez.
Señaló que llegó a Reynosa hace dos días con su hijo de siete años y desde entonces dormía en los bancos de una plaza pública.
"Pero en realidad no se puede dormir, estamos con temor cuidándonos de los maleantes. Ya ve que abundan en todos lados las maras y pandillas, hay que cuidarse”, comentó.
Como él, muchos migrantes ven con reticencia ir hacia un albergue público porque tienen la esperanza de que pronto las autoridades estadounidenses les dejen cruzar para seguir su solicitud de asilo allá.
ARREPENTIMIENTO
Marvin dice estar arrepentido de haber salido de su país. Para tratar de cumplir el sueño americano tuvo que vender dos vacas, que eran gran parte su patrimonio.
“Cuando yo crucé íbamos como 60 personas y de casualidad salvé a dos niños de 2 y 3 años de que se ahogaran. Su mamá cayó de cabeza al agua cuando el balsero giró bruscamente la lancha cuando vio a (las autoridades de) migración. (Pero) pude agarrar a los dos niños y después a su mamá", dijo el joven.
Muchos de los migrantes coincidieron en que fueron engañados por los coyotes desde sus países al asegurarles que Estados Unidos estaba aceptando a los menores y a sus padres, sin importar la edad de los niños.