/ miércoles 25 de octubre de 2017

De los zares a la Unión Soviética; el cisma crucial del siglo XX

El miedo de las autoridades a que se reproduzca una revolución se traduce en el cada vez más fuerte control en las actividades políticas y en las manifestaciones

MOSCÚ, Rusia. Según el antiguo calendario ruso, hoy se cumplen cien años desde que los bolcheviques de Vladimir Lenin irrumpieron en el Palacio de Invierno de lo que hoy es San Petersburgo y tomaron el poder. Muchas cosas han cambiado desde entonces, pero otras permanecen.

El periodista estadounidense John Reed, testigo directo de los sucesos que precedieron al derrocamiento del gobierno de Alexander Kerensky y a la toma del poder por los bolcheviques, llamó a este octubre rojo los “10 días que estremecieron al mundo”, pero su resonancia fue más allá en el tiempo y en el espacio para transformar el rumbo de la humanidad.

Hoy, a 100 años, Rusia conmemora con pocos fastos la fecha, que representó un sismo político crucial del siglo XX, ya que el Kremlin teme dar una imagen positiva a un cambio de régimen por la fuerza.

La revolución “siempre aporta sangre, muerte, destrucción y desastres”, y los rusos conocen “el valor de la estabilidad”, declaró Serguei Naryshikn, director del Servicio de Inteligencia Extranjera (SVR) y presidente de la Sociedad Rusa de Historia.

En 1917, el país atravesó una serie de episodios revolucionarios que desencadenan en la caída del último zar, Nicolás II, en marzo, y siete meses más tarde en la toma de poder de los bolcheviques, dirigidos por Lenin, que crean en 1922 la Unión Soviética sobre las ruinas del imperio ruso.

Un siglo más tarde, la herencia de esa revolución no es simple de llevar en un país que avanza poco en sus labores de memoria y todavía muy marcado por 70 años de régimen soviético.

La Rusia de hoy en día es un reflejo de estas contradicciones: el zar Nicolás II, asesinado con su familia por los bolcheviques, fue canonizado en el 2000 por la poderosa Iglesia ortodoxa. Pero Lenin, jefe de los bolcheviques e implacable perseguidor de la Iglesia ortodoxa, sigue enterrado en su mausoleo en la plaza Roja. Mientras el aniversario de la Revolución era celebrado por todo lo alto durante la era soviética, con un inmenso desfile militar en la plaza Roja el 7 de noviembre (el 25 de octubre del calendario juliano en vigor en 1917), este año se ha puesto de relieve la unidad nacional y la reconciliación, evitando tratar los temas sensibles.

Incluso en la escuela, la Revolución de 1917 se enseña con una neutralidad buscada por el Kremlin para “unir la nación”. La línea general a seguir: este aniversario “no está hecho para organizar acontecimientos solemnes o para festejar”, sino para “sacar lecciones”.

Estas “lecciones”, para el Kremlin, son claras: se trata de prevenir cualquier atisbo de contestación al poder por parte de la calle, aún menos a pocos meses de la elección presidencial de marzo de 2018, en la que nadie duda que Putin se presentará para un cuarto mandato.

MOSCÚ, Rusia. Según el antiguo calendario ruso, hoy se cumplen cien años desde que los bolcheviques de Vladimir Lenin irrumpieron en el Palacio de Invierno de lo que hoy es San Petersburgo y tomaron el poder. Muchas cosas han cambiado desde entonces, pero otras permanecen.

El periodista estadounidense John Reed, testigo directo de los sucesos que precedieron al derrocamiento del gobierno de Alexander Kerensky y a la toma del poder por los bolcheviques, llamó a este octubre rojo los “10 días que estremecieron al mundo”, pero su resonancia fue más allá en el tiempo y en el espacio para transformar el rumbo de la humanidad.

Hoy, a 100 años, Rusia conmemora con pocos fastos la fecha, que representó un sismo político crucial del siglo XX, ya que el Kremlin teme dar una imagen positiva a un cambio de régimen por la fuerza.

La revolución “siempre aporta sangre, muerte, destrucción y desastres”, y los rusos conocen “el valor de la estabilidad”, declaró Serguei Naryshikn, director del Servicio de Inteligencia Extranjera (SVR) y presidente de la Sociedad Rusa de Historia.

En 1917, el país atravesó una serie de episodios revolucionarios que desencadenan en la caída del último zar, Nicolás II, en marzo, y siete meses más tarde en la toma de poder de los bolcheviques, dirigidos por Lenin, que crean en 1922 la Unión Soviética sobre las ruinas del imperio ruso.

Un siglo más tarde, la herencia de esa revolución no es simple de llevar en un país que avanza poco en sus labores de memoria y todavía muy marcado por 70 años de régimen soviético.

La Rusia de hoy en día es un reflejo de estas contradicciones: el zar Nicolás II, asesinado con su familia por los bolcheviques, fue canonizado en el 2000 por la poderosa Iglesia ortodoxa. Pero Lenin, jefe de los bolcheviques e implacable perseguidor de la Iglesia ortodoxa, sigue enterrado en su mausoleo en la plaza Roja. Mientras el aniversario de la Revolución era celebrado por todo lo alto durante la era soviética, con un inmenso desfile militar en la plaza Roja el 7 de noviembre (el 25 de octubre del calendario juliano en vigor en 1917), este año se ha puesto de relieve la unidad nacional y la reconciliación, evitando tratar los temas sensibles.

Incluso en la escuela, la Revolución de 1917 se enseña con una neutralidad buscada por el Kremlin para “unir la nación”. La línea general a seguir: este aniversario “no está hecho para organizar acontecimientos solemnes o para festejar”, sino para “sacar lecciones”.

Estas “lecciones”, para el Kremlin, son claras: se trata de prevenir cualquier atisbo de contestación al poder por parte de la calle, aún menos a pocos meses de la elección presidencial de marzo de 2018, en la que nadie duda que Putin se presentará para un cuarto mandato.

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