Martín, de 36 años de edad tiene los últimos 12, dedicado a elaborar nieves artesanales, parado bajo el rayo del sol con una sombrilla casi todos los días a partir de las 12:00 de la tarde, se instala afuera de una cablera en Acapulco, en la calle Gómez Morín, para vender diferentes sabores de helado.
Su jornada inicia en su casa desde las 5:00 de la mañana, en donde prepara su diversa gama de sabores, algunas veces con ayuda de su esposa de lunes a sábado.
De coco, queso, uva, manzana, mamey, limón, vainilla, beso de ángel, galleta, café y zarzamora, son de las que más prepara porque es el sabor que prefieren sus clientes.
Heredó de su suegro Don Aristeo esta tradición, quien vendió en el mismo lugar por más de 15 años, y hoy son más de 27 años de degustar exquisitas nieves en ese punto.
La primavera trae consigo altas temperaturas, las cuales provocan calores insoportables, sin embargo, las bebidas frías básicamente en esta época, ayudan aminorar el estrés por el calor.
Conocido por miles de acapulqueños, que van de diferentes colonias sólo para quitarse ese antojo de degustar sus ricas nieves, Martín, ha podido sacar adelante a su familia de 4 integrantes; su esposa y a sus 2 hijos de 15 y 11 años quienes actualmente cursan la secundaria y primaria.
Él vive en la colonia Progreso y todos los días recorre con un triciclo donde transporta los diferentes sabores de nieves, desde su hogar hasta metros antes de salir a la Costera Miguel Alemán, a un costado del parque Papagayo.
En la época de calor sus ventas incrementan y los sabores favoritos que más se venden y los cuales elabora diariamente son de coco y de queso, así como dos sabores más según sea la fruta de temporada.
El degustar uno de sus helados para algunos puede resultar de alto costo, sin embargo, para quien sabe de la exquisitez que deleitará paga sin poner peros.
Un barquillo cuesta 25 pesos, los vasos pequeños van desde 30 a 40 pesos según el tamaño y el litro en 200 pesos.
Hielo, sal, leche, azúcar y la fruta que elaborará son los ingredientes principales que requiere para la procesar ese frío postre.
Anteriormente, Martín se dedicaba a la jardinería, no obstante, el padre de su esposa le recomendó quedarse en el lugar donde él vendía porque la gente se acostumbró a la textura del helado.
Durante más de un año y medio paró su negocio por la pandemia del Covid-19, y en ese tiempo se tuvo que ir fuera del estado para emplearse en un invernadero y poder mantener a su familia.
"Quién no ha probado las nieves de Martin, es como si no fuera acapulqueño", concluyó el comerciante con una carcajada.