/ lunes 12 de abril de 2021

Zapatero, oficio que sobrevive a la globalización

Don Eduardo Morales mantiene viva una tradición familiar que ha dado sustento a varias generaciones

El olor a vaqueta y el polvo que se desprende en la máquina pulidora o banco de acabado invaden el pequeño local de la calle cinco de febrero, en este sitio don Eduardo Morales Castro, mantiene viva una vieja tradición familiar en el oficio de reparador de calzado, “hace años elaborábamos huaraches, pero los jóvenes ya no las utilizan prefieren los tenis, y zapatos de marca”.

Don Lalo, recuerda que sus primeras actividades en el trabajo de reparador de calzado fueron hace más de 40 años, cunado él apenas tendría seis y en ese tiempo su abuelo Silverio Morales tenía uno de los talleres más prestigiados en Chilpancingo que se encontraba instalado en la colonia Guerrero.

“Mi abuelo fue reconocido por su trabajo, incluso el gobierno lo contrató para ir a la montaña a enseñar a los indígenas cómo se elabora el Huarache, que en esos años de hacía todo a mano, con clavos, remaches y cuero que él mismo curtía”.

Con el paso del tiempo, relata don Lalo, la modernización y la globalización han llegado a todo lugar y con ello hubo muchos cambios en los gustos de la población “hoy el calzado que se usa es mayoritariamente zapato barato de poca calidad, que cuando se descompone mejor se tira y adquieren uno nuevo que llevarlo a reparar”, a pesar de ello sigue habiendo quienes gustan de zapato de calidad y mantenerlo en óptimas condiciones y es gracias a ellos que el local instalado en la calle cinco de febrero se mantiene operando y deja lo necesario para pagar la renta y mantener a la familia.

La llegada de zapato de China o de fabricas mexicanas instaladas en Guanajuato, han desplazado poco a poco el uso de Huaraches tradicionales y ello llevó a que los talleres de reparación cada día sean menos y se enfoquen en pequeños detalles como el cambio de tapas a zapatillas, reparación de cierres o pintura y lustrado.

Foto: Abel Miranda | El Sol de Acapulco

Con añoranza don Lalo indicó que incluso modelos de Huarache que se elaboraban en los talleres artesanales hoy se tienen hechos en fábricas que los pueden ofrecer a un precio menor, aunque la calidad no sea la misma.

En su caso personal, indicó que se tiene que mantener en su local porque es lo que sabe hacer reparar calzado, “no imagino la vida en otro tipo de trabajo, el olor a la vaqueta, el sonido del pulidor, el golpeteo del martillo son cosas que no puedo imaginar fuera de mi vida, es una actividad que amo desde que tenía seis años y que me permite mantener vivo el recurro de mi abuelo”.

Eduardo es la tercera generación de Zapateros en su familia, el primero fue su abuelo Silverio quien aprendió en Chichihualco y después se vino a Chilpancingo, de él aprendieron sus tíos de los que uno aún tiene su taller en la colonia Guerrero, otro ya falleció.

Foto: Abel Miranda | El Sol de Acapulco

Sobre su experiencia en este trabajo, el entrevistado relata qué, en sus años de zapatero, se destaca el proceso de aprendizaje, porque parece ser muy sencillo sin embargo operar la máquina de acabados es muy complicado, dado que si se presiona un poco más de lo necesario el zapato se ralla y puede quedar completamente inutilizable, también se tiene que aprender la forma correcta de tomar el zapato para que no se presenten accidentes.

“La atención al cliente es otro factor muy importante ya que se debe encontrar la forma correcta de atenderlos, cada cliente tiene personalidad diferente y gustos que vamos conociendo”, relató casos en los que clientes lo llegaron a amenazar porque no estuvieron sus zapatos a tiempo y en contraparte otros que le dejaron buena propina por hacer un trabajo de mucha calidad.

El olor a vaqueta y el polvo que se desprende en la máquina pulidora o banco de acabado invaden el pequeño local de la calle cinco de febrero, en este sitio don Eduardo Morales Castro, mantiene viva una vieja tradición familiar en el oficio de reparador de calzado, “hace años elaborábamos huaraches, pero los jóvenes ya no las utilizan prefieren los tenis, y zapatos de marca”.

Don Lalo, recuerda que sus primeras actividades en el trabajo de reparador de calzado fueron hace más de 40 años, cunado él apenas tendría seis y en ese tiempo su abuelo Silverio Morales tenía uno de los talleres más prestigiados en Chilpancingo que se encontraba instalado en la colonia Guerrero.

“Mi abuelo fue reconocido por su trabajo, incluso el gobierno lo contrató para ir a la montaña a enseñar a los indígenas cómo se elabora el Huarache, que en esos años de hacía todo a mano, con clavos, remaches y cuero que él mismo curtía”.

Con el paso del tiempo, relata don Lalo, la modernización y la globalización han llegado a todo lugar y con ello hubo muchos cambios en los gustos de la población “hoy el calzado que se usa es mayoritariamente zapato barato de poca calidad, que cuando se descompone mejor se tira y adquieren uno nuevo que llevarlo a reparar”, a pesar de ello sigue habiendo quienes gustan de zapato de calidad y mantenerlo en óptimas condiciones y es gracias a ellos que el local instalado en la calle cinco de febrero se mantiene operando y deja lo necesario para pagar la renta y mantener a la familia.

La llegada de zapato de China o de fabricas mexicanas instaladas en Guanajuato, han desplazado poco a poco el uso de Huaraches tradicionales y ello llevó a que los talleres de reparación cada día sean menos y se enfoquen en pequeños detalles como el cambio de tapas a zapatillas, reparación de cierres o pintura y lustrado.

Foto: Abel Miranda | El Sol de Acapulco

Con añoranza don Lalo indicó que incluso modelos de Huarache que se elaboraban en los talleres artesanales hoy se tienen hechos en fábricas que los pueden ofrecer a un precio menor, aunque la calidad no sea la misma.

En su caso personal, indicó que se tiene que mantener en su local porque es lo que sabe hacer reparar calzado, “no imagino la vida en otro tipo de trabajo, el olor a la vaqueta, el sonido del pulidor, el golpeteo del martillo son cosas que no puedo imaginar fuera de mi vida, es una actividad que amo desde que tenía seis años y que me permite mantener vivo el recurro de mi abuelo”.

Eduardo es la tercera generación de Zapateros en su familia, el primero fue su abuelo Silverio quien aprendió en Chichihualco y después se vino a Chilpancingo, de él aprendieron sus tíos de los que uno aún tiene su taller en la colonia Guerrero, otro ya falleció.

Foto: Abel Miranda | El Sol de Acapulco

Sobre su experiencia en este trabajo, el entrevistado relata qué, en sus años de zapatero, se destaca el proceso de aprendizaje, porque parece ser muy sencillo sin embargo operar la máquina de acabados es muy complicado, dado que si se presiona un poco más de lo necesario el zapato se ralla y puede quedar completamente inutilizable, también se tiene que aprender la forma correcta de tomar el zapato para que no se presenten accidentes.

“La atención al cliente es otro factor muy importante ya que se debe encontrar la forma correcta de atenderlos, cada cliente tiene personalidad diferente y gustos que vamos conociendo”, relató casos en los que clientes lo llegaron a amenazar porque no estuvieron sus zapatos a tiempo y en contraparte otros que le dejaron buena propina por hacer un trabajo de mucha calidad.

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