La violencia que ha azotado desde hace años al puerto de Acapulco, y el temor de que sus hijos fueran alcanzados por los hechos delictivos que todos los días se registran en este puerto, orilló a doña María Baños a tomar a sus tres hijos, empacar sus pocas pertenencias y salir en busca de un nuevo lugar para vivir.
Hace seis años, la mujer y sus vástagos se asentaron en Chilpancingo, donde su origen afrodescendiente, le ocasionó ser víctima de discriminación, que ha tenido que afrontar para superarse y poco a poco la gente al ha aceptado y han podido encontrar la forma de mantenerse y salir adelante.
Doña María se encuentra instalada en un pequeño espacio sobre la banqueta de la avenida Insurgentes, ahí sobre bajas de madera instala su venta de fruta fresca, mientras cuida a sus nietos, y su hija “La More” se traslada con bolsas de fruta a ofrecerlas mientras camina por los pasillos del mercado Baltazar R Leyva Mancilla.
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“Fue muy difícil, muchas veces nos dijeron váyanse de aquí negras, ustedes no son de aquí, dejen el trabajo para otros, nadie nos compraba y poco a poco nos hemos ganado a la población, hoy ya nos dicen déjame una bolsa more y al ratito pasas”.
Sus ojos enmarcados por la dureza de sus razgos, se humedecieron al recordar el día que decidió dejar el puerto de Acapulco y salir a buscar otros horizontes, no teníamos nada, pero no queríamos que mi hijo estuviera en un lugar donde había muchos muertos, donde no había condiciones para trabajar.
Agregó que hoy su hijo es chofer de urvan y en ello se gana la vida honestamente, asimismo su hija recién ha conseguido trabajo en una tienda de la línea tres B, “aquí quedamos con mi otra hija la more, seguimos trabajando y la gente ya nos aceptó, ya los problemas se han superado poco a poco y sólo esperamos poder sacar a delante a estos niños queremos que estudien, y que desarrollen sus talentos sin ninguna discriminación”.
Resaltó que aquí en Chilpancingo no tiene una propiedad rentan una pequeña casa en la que habitan las tres mujeres y sus hijos, “Estamos puras mujeres pero tenemos muchas ganas de trabajar, de salir adelante y que sus hijos puedan crecer sanos y sin violencia”.
Actualmente doña María tiene 58 años, de ellos 50 los pasó en el puerto de Acapulco, pero por el amor a sus hijos y para protegerlos de la violencia tuvo que abandonar el puerto, hoy no está del todo segura, pero se siente satisfecha de lo que ha logrado.