María Engracia opina que para una mujer el dolor más grande no es el de parto, sino el de no poder encontrar a un hijo.
De ser enfermera, las circunstancias la han llevado a ser investigadora, perito, médico forense y hasta conocer de leyes.
Lea también: Aumenta la desaparición de jóvenes en Acapulco
Los conocimientos los ha obtenido en los más de dos años y ocho meses que ha estado buscando a su hijo por mar y tierra.
Su hijo, Jesús Antonio Moyao Guerrero, desapareció en Chilapa, en el punto conocido como La Curva de Flor Morada, tras ser levantado por hombres armados, esto mientras hacía su recorrido en la combi que trabajaba.
Le ha tocado buscar a su hijo y a otros familiares de integrantes del Colectivo en los cerros, y es ahí cuando se cuestionan entre encontrarlos o no encontrarlos.
En el Colectivo, Lupita Rodríguez de Chilpancingo ha aprendido a buscar, a identificar los olores, entre cadáveres de personas y restos de animales.
Sabe que cuando hay tierra removida existe una gran posibilidad de realizar un hallazgo.
En su experiencia, las personas que se encargan de desaparecer entierran los cadáveres a un costado de árboles.
Otros entierran los cuerpos y encima entierran el cadáver de un animal para complicar la búsqueda.
Sus herramientas son picos y palas, y una varilla en forma de “T”, que entierran sobre el terreno para buscar pistas.
Se cuestiona por qué son más mujeres las más participativas en la búsqueda de sus hijos.
Considera que debe ser porque el amor de madre es incomparable, y quien desde la procreación establece un vínculo inquebrantable, que una desaparición no puede romper.