CHILPANCINGO, Gro.- El peculiar sonido de su “chiflo” invade a su paso las calles del centro de Chilpancingo, no hay necesidad de gritar o hacer otra cosa para que la gente sepa que frente a sus casas o negocios va pasando un afilador de cuchillos tradicional, de los que en el pasado hubo muchos, pero hoy son sólo muy contados los que caminan ofreciendo este servicio.
Don Miguel García, heredero de toda una tradición de afiladores y el último de su familia que se dedica a esta actividad, relató que sale todos los días de su casa a las 8 de la mañana empujando el esmeril, que es una especie de banco adaptado con una rueda de bicicleta a la que se tiene que pedalear para que gire la piedra con la que se afila.
“No tengo memoria de haber hecho algo diferente en la vida, y aunque los clientes ya no son tantos como antes, diario saco 150 pesos que son los que llevo a mi casa para la comida”.
Miguel y sus hermanos se insertaron en esta actividad desde que eran niños, sin embargo, hoy sólo él se dedica a esta actividad y de sus dos hijos ninguno heredó el oficio, «ya crecieron y se casaron, trabajan de choferes», dijo al referirse a sus descendientes.
Mientras suavemente pasa el cuchillo por la piedra, don Miguel comenta que el banco para afilar no es un diseño que se pueda comprar en una tienda, es una adaptación que se hace con el ingenio de herreros y piezas que se tiene que conseguir como baleros, chumaceras, un eje, la piedra y por supuesto la parte de una bicicleta, «como con dos mil pesos se arma un banco como este».
El afilador destacó que la tecnología ha venido a cambiar el hábito de contratar a los afiladores, pues actualmente existen cuchillos elaborados con tecnologías que ya no requieren de afilarse, además de que existen artefactos caseros para afilar, así como esmeriles eléctricos que se producen a bajo costo.
Sin embargo, siguen teniendo trabajo por la experiencia que les ha dejado el trabajo de tantos años, pues para lograr un buen filo en un cuchillo se requiere de técnica que no la tiene los nuevos aparatos.
«Está buena la plática, pero tengo que seguir buscando, caminando, porque aquí no van a llegar los clientes», señaló don Miguel mientras se alejaba empujando el banco sobre la llanta de bicicleta, mientras volvía a sonar una y otra vez el chiflo que icónicamente pasa de las notas agudas a las graves y viceversa.