El payaso “Riquilin”, con su rostro impregnado de maquillaje y con la clásica nariz roja, forma parte del sector informal que en nada le beneficia el regreso a la “nueva normalidad” del país, que entró en vigor este primero de junio, porque son los más proclives a contagiarse de Covid-19 y ser parte de las estadísticas de la letalidad del virus.
Vistiendo su ropaje de color blanco y rojo, que se asemeja más a una bata de dormir, así como el cabello largo que ajusta con un sombrero, acepta, que, tiene miedo a contagiarse de la pandemia, por eso usa cubrebocas, pero en su realidad, dice que, si no muere infectado, va a morir de hambre.
Por la crisis económica que provocó la contingencia por el coronavirus, ya no lo contratan para fiestas infantiles y ahora les pide a los automovilistas que circulan por la avenida Constituyentes, unas monedas y poder comprar algo de comer, pues debido al aislamiento obligatorio por la pandemia, nadie le da trabajo y se le está haciendo costumbre irse a dormir sin probar alimento.
A sus 47 años de edad, este personaje de la vida real, diariamente viaja de la colonia ex Campo de Tiro al centro del puerto de Acapulco, apoyado en su muleta, que usa a raíz de que le fue amputada su extremidad a la altura de la rodilla izquierda, debido a un accidente de motocicleta que sufrió cuando trabajaba de acróbata en un circo, “haciendo el paso de la muerte”, en una esfera de hierro, según revela en breve charla.
Recuerda que una vez que, recibió rehabilitación y pudo levantarse con la ayuda de este pedazo de madera, por ser de familia pobre, tuvo que buscar la forma de ganarse el sustento y en el mismo circo aprendió el oficio de payaso, pero debido a su invalidez, perdió su empleo y tuvo que salir a las calles a ganarse la vida, con rutinas que consisten en contar chistes, hacer figuras con globos y con algunos trucos de magia.
Sin embargo, hoy en día, prácticamente ha sido confinado a pedir limosna en los cruceros, en los que obtiene algunas monedas de gente sensible a su situación de vulnerabilidad, pues carece de apoyos de los tres órdenes de gobierno, no tiene acceso a los programas sociales, ni a los comedores comunitarios o a las despensas, porque no es simpatizante ni militante de partido político alguno.
Por lo que, el inicio de la “nueva normalidad”, en opinión de “Riquilin”, se ve distante en el puerto de Acapulco, porque mientras quienes viven al día, seguirán en las calles, no por gusto, sino para atender sus necesidades de alimento, “en mi caso no puedo quedarme en casa, no tengo familia, vivo solo y tengo que valerme por mí mismo, así que seguiré en lo mío hasta que Dios diga”.
Esta triste realidad la viven miles de acapulqueños, que desafiando la enfermedad fomentan la movilidad, pero no como lo hacen quienes desprecian el confinamiento y generan el desorden social sin importarles en lo más mínimo que su conducta favorece el colapso pandémico, desvaneciendo las expectativas de construir un nuevo Acapulco, sino los que luchan por sobrevivir en este escenario de contagios y muerte.