Quizá pocos tengan curiosidad de donde tomó su nombre la colonia Garita de Juárez, que se localiza sobre una de las entradas principales del puerto de Acapulco, Y es porque había una garita en ese sitio durante el tiempo del Virreinato de la Nueva España.
La historia se remonta al viejo Acapulco, según los cronistas de la ciudad, fue durante la dominación española a fines de 1782, cuando por órdenes del gobernador Castellano Rafael Vasco, se instala la garita de Acapulco, a cinco kilómetros al Noreste de la ciudad.
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Se trataba de una caseta de cobranzas, cuya función era cobrar el impuesto a toda la mercancía que llegaba en la Nao de China y era trasladada a la Ciudad de México, solo que en aquellas fechas no existía carreteras y lo hacían a lomo de bestias.
Para ello, se construyó dos meses antes Dos caminos, que permitía el contacto de este destino de playa con el exterior, hay que recordar que en aquellas fechas no había otro camino más adecuado para poder salir de la ciudad y llegar a La Cima.
Aquella caseta de cobranzas recibió el nombre de México y llegó a ser una de las más importantes del país en los días de la etapa colonial. El movimiento comercial del puerto suriano modificó su marcha administrativa.
El gobierno virreinal, aparte de sostener una aduana marítima, ordenó la instalación de otra terrestre. De tal suerte que se nombró a un encargado que era el responsable de supervisar la mercancía que salía o la que entraba, a cuyos propietarios se les hacía un cobro.
Aún recuerdan que al encargado se le empezó a llamar garitero, que se trataba de un personaje con una habilidad de hablar y de poder de convencimiento, de tal suerte que, hacía cumplir la ley y era muy respetado, porque se trataba de un empleo exclusivo de velar por la economía municipal.
Por esa razón, según describe el turistólogo, José Cedano Galera, las oficinas de La Garita recibió mejoras de consideración, emprendidas en 1828 por el Prefecto del Distrito José María Bermúdez; pero no se logró con esta medida el aumento de la recaudación siquiera comparable a la habida en el siglo XVIII.
En vista de que con la Independencia se suspendió el tráfico con las islas Filipinas, de donde las Naos traían especias y mercancías de gran consumo en el interior de la Nueva España.
Es de hacerse notar, que los primeros derechos de peaje cobrados en tiempo normal fueron a razón de un real por bestia. Toda vez que hubo una disposición gubernamental que eximía del pago correspondiente a los comerciantes de las ferias anuales de Acapulco.
Evidentemente que esto fue en perjuicio del erario, pero en beneficio e impulso del propio comercio hispano. El garitero no obstante su estulticia, estaba al tanto de las leyes arancelarias vigentes, con el objeto de desempeñar acertadamente su delicada comisión, la cual se le facilitaba porque el arriero había adquirido la costumbre de obrar de buena fe.
El representante fiscal solía ofrecer facilidades, no aceptándoles paga alguna y se hacía merecedor a obsequios, consistentes en viandas y mercancías.
Por eso nadie intentaba causarle daño ni cambiaba de ruta cortando montes para escamotearle impuestos, porque con él no se planteaban discusiones y dificultades engorrosas, cuando había de por medio alguna gratificación en metálico.
El garitero no experimentaba problemas económicos ni tenía motivos para desear vivir en Acapulco, pues de lejos lo contemplaba a sus pies y lograba uno de los mejores panoramas captado por feliz mortal. En consecuencia, se hizo acompañar de su mujer e hijos. para repartirse con ellos el quehacer diurno y nocturno.
Así hallaba el consuelo del hogar en su sórdida cabaña accesoria al portal de la garita, la cual estaba fincada de un lado del manantial que corriendo se abría paso en la serranía y consumíase en la cañada pronunciada por el contorno marítimo.
Con el paso del tiempo y con la construcción de la carretera federal México-Acapulco, el Ayuntamiento suprimió el cobro de alcabalas referentes al traslado de mercancías y la figura legendaria del garitero desapareció por completo del medio porteño.
Pero sus andanzas no se extraviarán en la indiferencia y el olvido, porque sin darse cuenta dio nombre a la colonia Garitas de Juárez y Álvarez, nombre original. que anuncian la existencia del puerto de Acapulco y la entrada a las Costas de Guerrero.