La famosa Quebrada de Acapulco, es sin lugar a dudas un sitio turístico de fama nacional e internacional, por el intrépido espectáculo que ofrecen los clavadistas al lanzarse desde lo alto de los acantilados, pero muy pocos saben quién fue el primer hombre que desafió a la muerte al aventarse al canal turbulento por las olas de apenas 4 metros de profundidad.
Mucho se ha escrito sobre este emblemático lugar, pero la mayoría omite que los acantilados es una obra que fue hecha por el ser humano a base de barretazos y dinamita, por tanto, no se trata de un sitio formado de manera natural, como creen algunos, sino del esfuerzo de los viejos acapulqueños, que, incluso, algunos les costó la vida.
¿Pero por qué se dinamitó el cerro? Según el turistólogo, José Cedano Galera, en el año de 1700, el comercio florecía con el galeón de Manila, pero el naciente Acapulco era víctima de un calor infernal y cuentan que el doctor de la corona española Francisco Javier Balmis, atendió a los enfermos de cólera y escorbuto, causadas por las altas temperaturas.
Pero su quehacer no terminó aquí y realizó un estudio a la orografía del lugar, percatándose que había una zona propicia para que ingresara el aire de mar abierto del Pacifico Mexicano, pero se requería derrumbar el cerro y así se hizo, en 1799, estos trabajos los ordenó el coronel José María Lopetegui.
Sin embargo, la obra se frenó por falta de dinero y el proyecto tuvo que esperar, hasta 1988, por lo que nuevamente las barretas y la dinamita era la postal de ese momento, hasta que finalmente se logró abrir un gran canal, pero no de las dimensiones que se tenían trazadas, pues nuevamente la falta de recursos obligó a dejar inconcluso el derrumbe del cerro y se le conoció como el canal de la aireación o “Abra de San Nicolás”.
COMIENZA LA HISTORIA
Curiosamente, el populacho empezó a nombrar al sitio como La Quebrada, mote que se hizo popular, pero en esos momentos ni idea tenían que ese sitio sería un atractivo turístico, pues los clavados también se practicaban como pasatiempo.
Esto fue en los años 30´s, cuando el puerto aún no se perfilaba como destino turístico, pero los acantilados eran visitados por los pescadores y buceadores, en virtud de que los atraía la variedad de bancos de peces y moluscos que abundaban en esas aguas, por lo que algunos que pescaban con cuerda y se les atoraba el anzuelo, se lanzaban para poder destrabarlo de las rocas.
Esta actividad era recurrente, después, según cuentan los cronistas de la ciudad, empezaron hacerse retos de quien se lanzaba de lo más alto, sin proponérselo esto llamó la atención de otros nativos de los barrios cercanos y acudían a desafiar el mar, aprovechando el canal que tenía 7 metros de ancho y cuatro de profundidad.
Estas proezas fueron cobrando notoriedad, al grado que empezaron a visitarlo algunos turistas que festejaban los clavados, que, por cierto, tampoco se hacía de los 35 metros de altura como se hace en la actualidad, pues había miedo de estrellarse contra el fondo, pues la marea se retiraba y tenían que calcular cuando el oleaje subía.
Los historiadores coinciden que fue Rigoberto Apac Ríos, quien desafió las alturas y fue el primer hombre que se lanzó de apenas 28 metros de altura, suficiente para que se dislocara los brazos, pero esto no intimidó a otros que lo imitaron y perfeccionaron el clavado, hasta que dominaron las piruetas.
LO HIZO UNA Y OTRA VEZ
Lo increíble, es que Apac Ríos una vez que superó las lesiones que sufrió, regresó y siguió practicando, hasta que se convirtió en un experto, siendo más osado en buscar más altura para ejecutar sus clavados y recuperar la confianza en sí mismo, hasta que logró la hazaña de lanzarse de los 30 metros de altura.
En los libros de historia del viejo Acapulco, se precisa, que la hazaña la repitieron Lucio Rodríguez a quien le apodaron “La Gaviota”; Aurelio Herrera, Chimiano Flores, Pedro Arciniega, Fernando y Emilio Ramírez (a) “El Macho Negro”, que fueron los que finalmente alcanzaron los 35 metros y desde ahí ofrecían todo un espectáculo.
A partir de ese momento, contarían con un ávido público que gustaba presenciar a los clavadistas de la Quebrada, por lo que se hicieron trabajos sobre la roca y se abrió camino a ver de más cerca este espectáculo, hasta que en 1934 se establece de manera oficial el show de los clavados.
Era tan popular el show, que en 1942 el capitán de puerto, José Ramón Alfaro, fue el pionero en organizar al grupo de intrépidos clavadistas y les puso un horario, para poder sacar un provecho económico a tan peligrosa actividad.
Finalmente, dio paso a la creación de la mesa directiva del club de clavadistas y es precisamente Alfonso Apac Ríos, su primer presidente, quien también es responsable de organizar las primeras competencias internas, pero con el apoyo del empresario Teddy Stauffer, participan en el primer campeonato mundial de clavados de altura.
La sede fue Panamá, los representantes de México fueron Alfonso Apac Ríos, Juvencio Marin Neri y Luis Sotelo Fajardo, quienes dejaron en alto a nuestro país, con su vistosidad y temeridad para retar el vacío, con lances bien ejecutados que causó la admiración de los presentes y el reconocimiento a México por sus osados clavadistas.