Don Víctor camina con dificultad, pero con rostro altivo, nadie se imagina que fue un luchador profesional que enfrentó al mismísimo Huracán Ramírez y a Lizmark.
A pesar de su expresión adusta, en realidad es un hombre amable y que le gusta platicar sobre sus años gloriosos como esteta del ring.
Abordado brevemente en una calle del centro del puerto de Acapulco, don Víctor, se traslada a los años 70's y reveló que en su natal Juchitán, se dedicaba a la venta de empanadas de piña.
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A los 25 años de edad llegó al puerto de Acapulco cargado de ilusiones, pero pronto entendió que no era fácil ganarse la vida y encontrar trabajo.
Fue así que se integró a los vendedores ambulantes que inundan las playas del puerto, vendiendo nuevamente empanadas de piña, pero se topó con vivales que lo despojaban de su mercancía.
Cierto día, sin querer caminaba por la calle Tadeo Arredondo, después de sufrir otro despojo, escuchó que algo golpeaba una tarima, llevado por la curiosidad ingresó a la Arena Coliseo y observó como entrenaban los luchadores.
Nunca había visto algo semejante, le impresionó como hacían acrobacias en sus evoluciones, pero también los vuelos perfectos desde la tercera cuerda.
A partir de ese momento se convirtió en asiduo visitante de la catedral de la lucha libre y conoció al gran Braulio Mendoza y a Abundó Radilla, a quienes les pidió que lo entrenarán.
Confesó que fue aprendiendo los secretos del pancracio, inicialmente con la idea de defender sus empanadas de piña de los playeros, que ya le habían tomado la medida.
Fue a base de mucho sacrificio y horas de entrenamiento, que le permitió finalmente hacerse luchador y sus maestros lo bautizaron como El Esclavo.
El nombre fue por el color de su piel, pero su máscara fue blanca con dos zacapicos cruzados en la frente, con ella debutó enfrentando a otro novato, alzándose con el triunfo en la lucha inicial del programa dominical.
Posteriormente le tocó de adversario al mejor de los gladiadores, que estaba haciéndose un nombre para poder encabezar la cartelera, topándose años más tarde a la Fiera Valenzuela, Serpiente Roja y el gran Centauro.
A don Víctor todavía le gana la emoción de cuando apostó su máscara contra la de El Centauro, fue una noche inolvidable, porque sacó toda su experiencia, pero al final perdió y fue como se conoció su identidad "perdí con un gran luchador".
Después siguió luchando sin máscara y le tocó enfrentar a Lizmark y al maestro Huracán Ramírez, pero vino la fatalidad cuando en un encuentro contra la Fiera Valenzuela, al volar de la tercera cuerda cayó sobre las butacas y se lastimó ambas piernas.
Estas lesiones lo hicieron retirase de manera definitiva de los encordados, en la actualidad trabaja de lo que puede y sale de su hogar, aunque con dificultad, a buscar el sustento diario.
Es así como llega el momento de continuar buscando ganarse la vida y este gran luchador sigue dando la batalla, pero sin mirar atrás, siempre pa' delante.