La nostalgia permea en los viejos acapulqueños que fueron testigos del renacer de este destino de playa, pero también cómo la modernidad ha ido sustituyendo sus monumentos arquitectónicos, que han sido destruidos, como ocurre con el Centro Cultural de Convenciones y Exposiciones de Acapulco.
En un análisis acucioso por parte del turistólogo José Cedano Galera, nunca debe perderse de vista que este destino turístico, que se erigió en la década de los 40 y 60´s, su imagen se cimentó con la construcción de importantes obras arquitectónicas que lo colocó como el destino turístico más importante de México.
Actualmente solo se respira la nostalgia en cada rincón en donde se construyeron estas obras que le dieron un sello característico a este balneario del Pacifico, que fueron apreciadas en toda su plenitud en aquellos años en los que las estrellas de Hollywood paseaban por sus playas y los clubes nocturnos vibraban con la música.
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Este emblemático destino ha sido un refugio para celebridades, políticos y turistas durante décadas, pero lamentablemente no se ha preservado sus viejos edificios que le dieron identidad, toda vez que se han ido perdiendo para siempre.
Un ejemplo, es lo que ocurre con el Centro de Convenciones de Acapulco, que ahora será un hospital y con esto se pone fin a toda una era de reuniones empresariales, de eventos artísticos y congresos, con el serio riesgo de que se convierta en un nuevo sitio de ambulantes.
Admitió que, en toda modernidad, una ciudad está expuesta a reinventarse y eso alcanzó al puerto, sólo que no se tomó el cuidado de conservar aquellos inmuebles que dieron pie a que se convirtiera en la ventana de México al mundo.
El también presidente del Colegio de Licenciados en Turismo, Cedano Galera, recordó al arquitecto Ramón Fares del Río, originario de San Jerónimo El Grande, quien dictó en una de sus tantas conferencias, el tema sobre la Carta de Venecia, emitida por la UNESCO el 25 de mayo de 1964.
Se trata de un documento ampliamente discutido por expertos, arquitectos, ingenieros, antropólogos, sociólogos urbanistas y más. Su objetivo central es sobre la preservación de las obras monumentales de todos los pueblos del mundo.
Reprochó que, esto ha sido letra muerta, pues Fares del Río lamentó la desaparición a través de los años de las edificaciones con alto valor arquitectónico y culpa de ello a los intereses económicos, a la falta de sensibilidad de los responsables del desarrollo urbano y a la carencia absoluta de una cultura general de la conservación.
Al respecto, el presidente del Colegio Internacional Profesional Especializado en Turismo y Gastronomía (CIPETURG) Capítulo Estado de Guerrero, José Luis Basilio Talavera, coincidió que el puerto de Acapulco perdió grandes obras arquitectónicas a través de los años.
Preciso que ahí está la Aduana Marítima, construida en 1936 por el arquitecto Vicente Mendiola, quien conjugó los estilos neocolonial y art-decó, esto es, la arquitectura representativa de la época, cuidaron en todo momento que la construcción se integrara a la fisonomía urbana que empezaba a detonar con novedosos diseños.
Había corredores fortificados y cubiertas de tejas. Tan hermoso edificio le parecerá “viejo y feo” a las autoridades en turno y lo demolieron en 1951. En ese espacio serán edificado el nuevo palacio federal y más tarde, el edificio Abed, la tienda Sanborns y el edifico Manper.
Otra obra arquitectónica que se perdió para siempre fue el Hotel La Marina, que se trató de la primera hospedería que existió en el puerto de Acapulco, cuyo edificio fue levantado sobre pilotes (columnas), dotado con elevador y aire acondicionado, que era lo más moderno en aquella época.
La obra fue concebida por el arquitecto Carlos Laso como el prototipo de la modernidad, además de ser el primer edificio sustentable de los años 30 para el disfrute de los acapulqueños y los turistas que llegaban vía marítima, pues todavía no se construía la carretera federal México-Acapulco.
Por increíble que parezca, en esas fechas carecía el puerto de sistema de agua potable y drenaje, pero La Marina nunca careció del líquido por captarse éste de las lluvias mediante ingeniosos métodos y, aún más, se hará llegar a sus 54 cuartos agua caliente con la energía que proveía el sol.
El lobby bar La Marinita se levantaba un metro y medio de la banqueta para evitar la entrada del oleaje de la playa de enfrente. Esto porque no existía el malecón y los barcos atracaban en partes hondas de la bahía. Desaparecerá en 1958 y hoy está ahí el Bancomer, centro.
La misma suerte sufrió la obra arquitectónica pasto de la piqueta dizque modernizadora, el hotel Club de Pesca, construido en 1948 por los arquitectos Benjamín Burillo y Carlos Raygadas. El art-decó era su característica principal y su forma de arco con flecha tenía un gran valor estético formal como parte del paisaje.
En la actualidad ya no existe esa imagen y solo quedó como testigo de los momentos históricos del antes y el después de un destino, que ha dejado una huella imborrable en la memoria colectiva del país, con su vieja arquitectura que se ha ido perdiendo y la poca que queda se niega a sucumbir, entre escombros y el olvido.