Faltaban escasos ocho días para feria y la celebración fiesta patronal del Señor del Perdón, Santo Patrono de Cuetzala del Progreso, y la gente temerosa dudaba que se fuera a realizar debido a los asesinatos, secuestros y extorsiones se han incrementado de ese y varios municipios cercanos.
Cuenta la leyenda que en la víspera de dicha celebración, arribó a la capital del estado un viejecito, morenito él, con cabello largo y vistiendo sólo un cotón de manta.
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Caminando llegó al cuartel general del Ejército destacamentado en Chilpancingo y pidió hablar "con el mero mero".
"Abuelo -le dijo el de la guardia- no te va a recibir. Él es una persona muy ocupada y no tiene caso que pierda su tiempo".
"Tú dile que yo quiero hablar con él y que aquí lo voy a esperar", replicó el viejecito.
Y como fue. Se quedó ahí hasta que, avisado el general y con un poco de curiosidad, acudió hacia donde esperaba el viejecito y le preguntó: "¿Qué se te ofrece, abuelo?"
"Quiero pedirte que mandes `gobierno´a mi pueblo. Ya se acerca mi fiesta y la gente no quiere ir porque tiene miedo. Manda a tu gente para que se llene mi casa y mi pueblo".
"Está bien abuelo. Te los voy a mandar. Pero yo no sé dónde está tu pueblo", le contestó el general. "Súbete a la camioneta con mis soldados y les dices por donde queda tu pueblo", le dijo.
El viejecito contestó: "Caminando vine y caminando me voy. Que enfilen por la carretera de Cocula para arriba, en Cuetzala, y allá los voy a estar esperando. Mi casa es una casa muy grande, con un enorme patio y grandes árboles. Ahí estaré".
Enfiló el convoy de soldados hacia el rumbo que les fijó aquel viejecito, por quien preguntaron al arribar a la plaza principal del pueblo.
Ahí, cansados y con hambre, fueron en busca de comida pero sólo encontraron tamales,sí, tamales que una humilde señora ofrecía a los visitantes que ya comenzaban a llegar a la Feria, animados por la presencia de los militares.
Intrigados por no tener noticias del viejecito, uno de los soldados -el que lo recibió en el cuartel de Chilpancingo- preguntó a la señora si conocía a un viejecito morenito, cabello largo, que vivía en una enorme casa en el mero centro del pueblo, como les había dicho.
La mujer, adivinando de quién se trataba, les señaló un lugar cercano donde se veía un enorme patio con árboles grandes, como los que les describió el viejecito.
"Ahí es su casa, entren, él siempre está ahí. Pero apúrense porque ya no tardan en cerrar el portón. Él ahí siempre está. Lo verán al fondo. Ahí les dará cobijo".
Se dirigieron pues hacia donde la mujer les señaló, entraron al patio enorme, luego a la casa blanca, con detalles en su interior recubiertos con hojas de oro.
Y efectivamente, al fondo, encontraron al viejecito que había ido a buscarlos a Chilpancingo... Era la imagen que se encuentra en el altar de la parroquia del Señor del Perdón, en Cuetzala del Progreso.