En su modesto local semifijo, el zapatero Víctor Calvario Vázquez, no se rinde y desafía al destino reparando el poco calzado que llega a su taller y ganarse unas monedas.
De manos diestras, repara un zapato y lo revisa milímetro a milímetro para detectar cualquier desperfecto y aplicar su magia para dejarlo como nuevo.
Sin dejar de trabajar recuerda que de niño su padre lo educó a base de cinturonazos, pero siempre fue rebelde y lo atrapó la adicción al alcohol.
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Era ya parte del escuadrón de la muerte, pero mi familia me ayudó a ingresar a un centro de rehabilitación y la vida me dio una segunda oportunidad, dejé la bebida, refiere sin ocultar la satisfacción en su rostro.
Este reparador de calzado Calvario Vázquez, explicó que el oficio lo aprendió por un señor que padecía una discapacidad, me llamó y me dijo boléame los zapatos, entonces pregunte que cuánto me iba a pagar y me respondió: "nada, primero aprende".
Fue así que empecé a sacar lustro al calzado y después aprendí el arte de la reparación y hacerlo bien, para cobrar lo justo y dejar contento al cliente.
Sin embargo, lo embarga la nostalgia porque la mayoría de los zapateros que trabajaban en la vía pública ya murieron, en su caso pudo evitar el contagio del Covid-19 y ahora sigue con su trabajo sobre Aquiles Serdán, frente a lo que era El Cine Bahía.
Finalmente termina de reparar el zapato, su clienta lo apremia a que se lo entregue para retirarse, por lo indicó que aquí está todos los días, "no tengo descanso, aunque ya no hay mucho trabajo porque el zapato que proviene de China es mas barato, pero a pesar de eso no dejaré de trabajar, es lo único que sé hacer", apuntó.