A medida que el puerto de Acapulco se modernizaba, se expandía y el turismo se convertía en el principal generador de ingresos para el gobierno municipal, se crea en el Barrio de Aguas Blancas, la zona de tolerancia o zona roja, en donde el oficio más antiguo del mundo se permitía.
Corría el año de 1955, cuando las autoridades del municipio de Acapulco de Juárez, planearon ubicar a todos los congales en un lugar apartado del centro de la ciudad y que no afectará las buenas costumbres, así como la imagen de la creciente zona turística y comercial.
Se trata de un terreno de terracería, por donde baja el arroyo de Aguas Blancas, en aquella época había viviendas dispersas, la mayoría son invasiones de personas que no tienen donde vivir, pero al final son desalojadas y así dar paso a la construcción de la llamada zona roja o simplemente zonaja.
Pronto aumenta la clientela a los congales, con el paso de los años da paso a la construcción de los primeras cantinas y bares, entre estos Mi Ranchito, Bar Alicia, Lluvia de Plata, La Bola, el Riconcito, Foco Rojo, Waikiki, Careoca y el Arcelia, que concentra a jovencitas para atender a los clientes ávidos de un momento de placer.
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Es en los años 60's, sobre su calle principal Aguas Blancas, se construyen los primeros cabarets, en donde se exhibían jóvenes con corsés, vestidos cortos, tacones y medias de malla, con abundante maquillaje y labios sensuales, que tenían sus propios cuartos, así como varias fondas de comida, entre las que destacaba la Aventurita, dónde se deleitaba un sabroso salpicón.
Los cronistas de la época, no se ponen de acuerdo si fue La Palmita o el Zarape, los que idearon ofrecer música de rokola y ocupar un espacio para bailar, como un nuevo concepto para atraer también a turistas.
Mientras que otros dedicaban su negocio a la venta de placer, por lo que a partir de las 6:00 de la tarde, cuando empezaba a oscurecer una docena de mujeres paradas esperaban a los clientes, algunas eran más osadas que otras, para ofrecer sus servicios.
No era raro escuchar el clásico "ven guapo. No te va a doler", otras eran más directas: "Ven, papacito, vamos a darle de comer al chimuelo", quizá el clásico era "ven chavo, te cobro barato y bien esperadito", principalmente a los pubertos que se escapaban para disfrutar su primera vez y a la vez, sacar una buena noche.
La alta demanda, genera que más burdeles surjan y se construye el Signo 12, "Barba Azul", el 13 Negro, El Tiboli, este último era el más moderno, el cual crea el concepto de presentar shows, se empieza a tolerar a los homosexuales, antes identificados despectivamente como "jotos", que se visten de travestis y le hace competencia el Congo 69, escenario de grandes variedades y La Roca, sitio que funciona como discoteque para adultos.
La zona de tolerancia incrementa pronto su demanda, se convierte en sitio obligado de paseo de turistas estadounidenses y canadienses, incluso, el lugar fue parte de la escenografía de algunas películas como la "Zona Roja", producida por el Indio Fernández.
Por cierto, se construye una caseta de policía y estos se encargarían del orden, aunque finalmente representa un jugoso negocio al aplicar el Bando de Policía y Buen Gobierno, pues una "miadita" en algún callejón era desembolsar media quincena para evitar estar "guardado".
La zonaja, sin embargo, sufre su declive cuando en 1960, se abre La Huerta, propiedad de Alfonso Valverde, que lo convierte en un edén y auténtico paraíso, en donde había mujeres esculturales y bellas de otros estados, aunque su principal estrella era Mayambé, que opaca a la zonaja, pero también la falta de inversión y el resurgimiento de la violencia pone fin a la actividad más rentable del mundo, por lo que se va convirtiendo en una zona fantasmal y escenario de cruentas balaceras.
Hoy es un sitio en ruinas, nadie quiere caminar por su calle principal, en donde hay algunas cantinas todavía funcionando, pero sin ninguna garantía de salir vivo, por eso quedó atrás el bullicio y las figuras de las hermosas mujeres que con su encanto atraían a todo mortal que iba en busca de caricias de quienes vendían caro su amor en aquellas largas noches del Acapulco que se fue.