En la parte final de la zona de tolerancia, en la glorieta donde confluyen las calles Mal Paso y del Mercado, había un sitio que era visitado por el turismo internacional en las décadas de los setenta y ochenta. En el gran espacio, rodeado de palmeras y grandísimos árboles de mango, operaban los dos centros nocturnos más famosos de la antigua zona de tolerancia de Acapulco: Afrocasino y La Huerta.
Propiedad de Alfonso Valverde, el sitio era conocidísimo no solamente por los residentes que eran asiduos clientes sino por miles de extranjeros que llegaban a Acapulco en busca de placeres carnales, embriagarse y buscando los famosos tabacos rellenos de “cola de borrego” o de la “Acapulco Golden”.
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En esa época, Acapulco registraba una ocupación hotelera del 85 a 90 por ciento de turismo extranjero, principalmente de los que venían de Estados Unidos y Canadá, había en menor proporción los que llegaban del Viejo Continente. Los centenares de barcos cruceros que llegaban al puerto dejaban una importante derrama económica a los centros nocturnos principalmente.
Miles de turistas extranjeros, hombres y mujeres de todas las edades, entraban por el enorme portón con letras de luz neón con el nombre de La Huerta. Ese sitio era una huerta de cocoteros y enormes árboles de mango. Al fondo se encontraba una elevada palapa de gruesos troncos de palma entreverados con madera de bocote y el techo formado con palmas secas. La palapa es quizá uno de los aportes arquitectónicos y de identidad regional más significativos que la cultura filipina legó al Occidente mexicano a través de la Nao.
Era la internacional “La Huerta”, un bar-discoteca donde había mujeres de la vida galante de todas las nacionalidades, estaturas, medidas y colores con las que los clientes podían bailar en la pista por un pago de 10 pesos de aquellos tiempos. Previo acuerdo económico, se podía comprar su amor carnal por una hora y te lo demostraban en cualquiera de la veintena de habitaciones que había dentro de ese mismo lugar junto a la cantina.
Pero llegar a “La Huerta” no era cosa sencilla. En la entrada había un retén de más de diez elementos de seguridad que hurgaba escrupulosamente a los clientes. Conforme la vestimenta y el automóvil que llevaban se decidía si entraba al antro o simplemente le decían que estaba lleno y no había lugar.
En “La Huerta”, los clientes encontraban mujeres voluptuosas de muchas nacionalidades. Canadienses, gringas, mexicanas, centroamericanas, sudamericanas, europeas y si hubiera mujeres en la luna seguramente ese sitio las hubiera tenido o hasta marcianas.
Al pasar el portón y retén, a la derecha del camino, se encontraba el famosísimo Afrocasino que presentaba un show nudista diariamente donde un negro panameño, Johnny Grey, presentaba a sus hermanas que trabajaban desnudándose ante el público. Un yucateco travesti llamado José de Jesús Sansores Pech, conocido artísticamente como Mayambé o Sendero Maya.
Si en la avenida costera Miguel Alemán imperaban las discotecas Armando’s Le Club, Boccaccio, La Nouvelle, Baby’O, UBQ y otras más, en la zona de tolerancia la mejor música se escuchaba en La Huerta donde, además, se disfrutaba de un show nudista con mujeres de todos los colores… y sabores.
Cualquier cliente, generalmente hombres que llegaban solitarios o en compañía de otros amigos, tenía que pagar diez pesos para poder bailar con alguna de las beldades que ahí trabajaba. Y si había entendimiento, especialmente en lo económico, había unos cuartos de una construcción de las que ahora se conocen con el nombre de moteles.
Y, cuentan los que pasaron esa vivencia, esas mujeres eran demasiado quisquillosas con cada cliente con el que se iban a la cama. La estricta revisión de las partes nobles era obligaba para tener relaciones sexuales con la damisela. Cualquier mancha que venían en la piel, era motivo de un interrogatorio. Las de origen extranjero, cuentan los que saben, eran las más preguntonas.
La Huerta de Alfonso Valverde se hizo famosa en películas mexicanas que narraban la vida del burlesque nacional. Pero la fama la tenía principalmente entre los visitantes que llegaban en los cruceros que anclaban en la bahía. Algunos eran capturados por damiselas que rondaban el muelle turístico para llevárselos al motel Piccolino, por los rumbos de Caleta, o irse con ellos a La Huerta donde los fichaban, o sea, cobraban comisión por cada trago consumido.
Cuando llegaba Mayambé al lugar, luego de terminar su espectáculo en el vecino Afrocasino, la situación cambiaba radicalmente en La Huerta. La pícara mirada hurgaba todo el sitio que a propósito era mantenido a media luz, seleccionaba a su víctima y comenzaba a bailar cadenciosamente con él.
Pero no todo era color de rosa. De repente, en la pista de baila de La Huerta estallaban broncas porque algún incauto de Mayambé lo reconocía y lo bronqueaba por haberlo engañado en el Afrocasino donde se había dejado besar y luego, al prenderse la luz, se quitaba el sujetador y dejaba ver el torso masculino... y la vergüenza de haber sido engañado.
Con el declive turístico de Acapulco, provocado por múltiples factores entre los que sobresalen la explotación irracional de los servidores turísticos, la mala planeación gubernamental y el abandono del gobierno federal que lo cambió por Cancún, la zona de tolerancia también decayó.
A mediados de los ochenta, La Huerta y El Afrocasino iniciaron su propia leyenda de haber sido los sitios con mayores visitas turísticas internacionales en este Acapulco. Con información de Carlos Ortiz