/ sábado 7 de octubre de 2023

El Parazal, sitio de pastoreo para mulas y del callejón “salsipuedes”

La avenida Cinco de Mayo fue escenario de numerosos asesinatos de arrieros para robarles sus pertenencias en el famoso "callejón del piquete"

El tiempo no perdona y va quedando en el olvido que alguna vez en el puerto de Acapulco existió el tenebroso callejón “Salsipuedes”, lugar de asesinatos de arrieros que llegaban con mercancía que acaparaba “El mesón Fernández”, ubicado sobre la calle México hoy Cinco de Mayo.

Aunque la actividad comercial floreció con la Nao de China, en su ampliación con el resto de los municipios de Guerrero, a falta de carreteras, se traía a lomo de bestia y por eso creció el número de muleros foráneos, lo que implicaba tener un área en donde los animales pudieran pastorear.

Lee también: Mortal luna de miel. Crónica de un crimen en el Acapulco de los 40's

Por ese motivo, Don Ignacio R. Fernández, propietario del establecimiento, mantenía en la parte posterior un enorme sembradío de zacate pará, un siempre verde e inagotable banquete para aquellas mulas trasijadas.

Con el tiempo se le conoció como “Parazal Fernández” y este abundante pastizal era tan alto, que una persona al caminar se perdía entre la vegetación y tenían que cruzar necesariamente para poder proveerse de comida.

En tan intrincado zacatal se formó una vereda conocida como callejón Salsipuedes, respondiendo cabalmente a su nombre, en virtud de que los delincuentes al darse cuenta que podían hacerse de dinero fácil y con tal solo un “piquete”, esperaban pacientes sobre los costados a los arrieros.

Las primeras víctimas fueron los que llegaban de los municipios apartados, incluso, de otros estados del país, que ajenos al peligro, se atrevían a cruzar sin esperar que sería la última vez, pues eran asesinados y sus cuerpos ocultados entre el follaje y los hallaban cuando entraban en descomposición.

Los crímenes de los muleros foráneos eran cada vez más frecuentes que empezaron a llamar al callejón “Salsipuedes”, porque si tenían suerte de cruzarlo, era digno de festejarlo y dar gracias al creador por un día más de vida.

Ajeno a esta tragedia, la movilidad en la calle México, empezó a provocar transformaciones en su paisaje y con esto el surgimiento de nuevos establecimientos, el comercio a lomo de bestia fue disminuyendo a raíz de que se empezaron a construir los primeros caminos rústicos por donde podían circular los vehículos, a la par se puso fin a las muertes de arrieros.

En el área funcionaron numerosos negocios y hasta cines. / Foto: Abraham Martínez | El Sol de Acapulco

Con la llegada del nuevo gobierno posrevolucionario a la administración pública federal que sufrió importantes cambios, entre ellos la creación de la Comisión Nacional de Caminos en 1925, la cual continuaría con la mejora de la carretera que comunicaría a la Ciudad de México con el puerto de Acapulco, dio un giro a la actividad comercial.

Para 1927, tras celebrarse el contrato de construcción entre la Comisión Nacional de Caminos y la compañía norteamericana Byrne Brothers, se logró dar apertura y libre tránsito a todo el tramo que corría desde la Ciudad de México hasta este balneario del Pacifico.

Para esto se tuvieron que eliminar los principales obstáculos naturales como la gran piedra que impedía el paso entre el tramo de Taxco-Cuernavaca. A pesar de la apertura del tránsito por esta vialidad, las condiciones del camino no fueron realmente las mejores para el paso de los automóviles puesto que no todo su trayecto estaba pavimentado.

La avenida Cinco de Mayo originalmente se llamó calle México. / Foto: Abraham Martínez | El Sol de Acapulco

Pero aceleró el final del comercio que floreció con los arrieros, hasta que abandonaron de manera definitiva el uso de animales para recorrer lejanos lugares, algunos, solo para encontrar la muerte en el callejón Salsipuedes, que a la fecha existe y nada queda de aquel tenebroso lugar.

Tiempo después, el gobernador de Guerrero, Rafael Catalán Calvo (1941-1945), levantó el tercer mercado central en la historia de Acapulco: El Parazal, que así se llamó simplemente y le quitaron el apellido “Fernández”.

También la calle se le cambio el nombre a Cinco de Mayo y salía a la plazoleta Zaragoza (hoy Escudero) exactamente a la altura de la Casa Alzuyeta y era punto inicial de los desfiles escolares conmemorativos de la Batalla de Puebla y de la Independencia del 16 de septiembre.

En esta arteria comercial por excelencia, funcionaron los cines Marlin, de don Efrén Villalvazo, cerrado a raíz de un incendio, y el Tropical, del señor Quiroga, el primero con techo corredizo. Ahí, también, se instaló la mueblería de la maestra de baile y periodista Celia Ortiz; la ferretería de Toño Trani; El Juguito, las “catrerías” (de lona y de jarcia), de los Elías, y el hotel Buenos Aires, de los Avayou.

Todos estos establecimientos ya no existen, con el tiempo fueron devorados por la modernidad, son pocos los comercios que siguen operando. Por su parte, el mercado El Parazal, en la actualidad está en literal abandono y son pocos los negocios que todavía esperan al poco turismo que se atreve a visitar al que alguna vez fuera el distintivo del turismo en México.

El tiempo no perdona y va quedando en el olvido que alguna vez en el puerto de Acapulco existió el tenebroso callejón “Salsipuedes”, lugar de asesinatos de arrieros que llegaban con mercancía que acaparaba “El mesón Fernández”, ubicado sobre la calle México hoy Cinco de Mayo.

Aunque la actividad comercial floreció con la Nao de China, en su ampliación con el resto de los municipios de Guerrero, a falta de carreteras, se traía a lomo de bestia y por eso creció el número de muleros foráneos, lo que implicaba tener un área en donde los animales pudieran pastorear.

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Por ese motivo, Don Ignacio R. Fernández, propietario del establecimiento, mantenía en la parte posterior un enorme sembradío de zacate pará, un siempre verde e inagotable banquete para aquellas mulas trasijadas.

Con el tiempo se le conoció como “Parazal Fernández” y este abundante pastizal era tan alto, que una persona al caminar se perdía entre la vegetación y tenían que cruzar necesariamente para poder proveerse de comida.

En tan intrincado zacatal se formó una vereda conocida como callejón Salsipuedes, respondiendo cabalmente a su nombre, en virtud de que los delincuentes al darse cuenta que podían hacerse de dinero fácil y con tal solo un “piquete”, esperaban pacientes sobre los costados a los arrieros.

Las primeras víctimas fueron los que llegaban de los municipios apartados, incluso, de otros estados del país, que ajenos al peligro, se atrevían a cruzar sin esperar que sería la última vez, pues eran asesinados y sus cuerpos ocultados entre el follaje y los hallaban cuando entraban en descomposición.

Los crímenes de los muleros foráneos eran cada vez más frecuentes que empezaron a llamar al callejón “Salsipuedes”, porque si tenían suerte de cruzarlo, era digno de festejarlo y dar gracias al creador por un día más de vida.

Ajeno a esta tragedia, la movilidad en la calle México, empezó a provocar transformaciones en su paisaje y con esto el surgimiento de nuevos establecimientos, el comercio a lomo de bestia fue disminuyendo a raíz de que se empezaron a construir los primeros caminos rústicos por donde podían circular los vehículos, a la par se puso fin a las muertes de arrieros.

En el área funcionaron numerosos negocios y hasta cines. / Foto: Abraham Martínez | El Sol de Acapulco

Con la llegada del nuevo gobierno posrevolucionario a la administración pública federal que sufrió importantes cambios, entre ellos la creación de la Comisión Nacional de Caminos en 1925, la cual continuaría con la mejora de la carretera que comunicaría a la Ciudad de México con el puerto de Acapulco, dio un giro a la actividad comercial.

Para 1927, tras celebrarse el contrato de construcción entre la Comisión Nacional de Caminos y la compañía norteamericana Byrne Brothers, se logró dar apertura y libre tránsito a todo el tramo que corría desde la Ciudad de México hasta este balneario del Pacifico.

Para esto se tuvieron que eliminar los principales obstáculos naturales como la gran piedra que impedía el paso entre el tramo de Taxco-Cuernavaca. A pesar de la apertura del tránsito por esta vialidad, las condiciones del camino no fueron realmente las mejores para el paso de los automóviles puesto que no todo su trayecto estaba pavimentado.

La avenida Cinco de Mayo originalmente se llamó calle México. / Foto: Abraham Martínez | El Sol de Acapulco

Pero aceleró el final del comercio que floreció con los arrieros, hasta que abandonaron de manera definitiva el uso de animales para recorrer lejanos lugares, algunos, solo para encontrar la muerte en el callejón Salsipuedes, que a la fecha existe y nada queda de aquel tenebroso lugar.

Tiempo después, el gobernador de Guerrero, Rafael Catalán Calvo (1941-1945), levantó el tercer mercado central en la historia de Acapulco: El Parazal, que así se llamó simplemente y le quitaron el apellido “Fernández”.

También la calle se le cambio el nombre a Cinco de Mayo y salía a la plazoleta Zaragoza (hoy Escudero) exactamente a la altura de la Casa Alzuyeta y era punto inicial de los desfiles escolares conmemorativos de la Batalla de Puebla y de la Independencia del 16 de septiembre.

En esta arteria comercial por excelencia, funcionaron los cines Marlin, de don Efrén Villalvazo, cerrado a raíz de un incendio, y el Tropical, del señor Quiroga, el primero con techo corredizo. Ahí, también, se instaló la mueblería de la maestra de baile y periodista Celia Ortiz; la ferretería de Toño Trani; El Juguito, las “catrerías” (de lona y de jarcia), de los Elías, y el hotel Buenos Aires, de los Avayou.

Todos estos establecimientos ya no existen, con el tiempo fueron devorados por la modernidad, son pocos los comercios que siguen operando. Por su parte, el mercado El Parazal, en la actualidad está en literal abandono y son pocos los negocios que todavía esperan al poco turismo que se atreve a visitar al que alguna vez fuera el distintivo del turismo en México.

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