/ lunes 10 de abril de 2023

El Machete Costeño | Recordando al Maestro Macario Luviano Ruiz

A 25 años de su partida

El deambular nocturno por todos los centros de moda en el internacional puerto de Acapulco de los años cincuenta a los sesenta representaba una extraordinaria experiencia para los amantes de la música afroantillana y del baile que acompasaba ella misma; pero también, de la música romántica apuntalada por el bolero. Noches inolvidables para muchos, a tal grado, que bautizaron al momento como la “Época Dorada de Acapulco”… Y en esa época llegó él, el maestro Macario Luviano Ruiz, adelantando con firmeza la punta del pie derecho, pues en el año de 1955 debutó profesionalmente para reforzar esa fama del puerto a través de su música alternando con experimentados músicos guerrerenses de aquel entonces, como Epitasio (Tacho) Torres, un excelente saxofonista de San Jerónimo de Juárez; Carlos Ramos, de Corral Falso y Elías Salas, de Coyuca de Benítez. “Con ellos —platicaría más tarde el mismo Macario— “viví muchas experiencias y recibí valiosos consejos, ¡todos eran estrellas musicales!...”

El maestro Macario Luviano Ruiz fue uno de los músicos más destacados de Tecpan, cuyo nombre puso muy en alto en los escenarios por donde llevó su arte musical y el Acapulco de la época dorada fue el trampolín que lo llevó a la fama. En México y en el extranjero logró imponer su sello musical. Nació en Tecpan el 25 de junio de 1936 y fue el primogénito del matrimonio formado por Isaac Luviano Ortiz y Flavia Ruiz Abarca. Su precocidad musical la manifestó a los cuatro años a través de un pequeño tambor; a los seis años hizo sus “pininos” en la batería de una antigua orquesta de su pueblo –recuerdaba su hermano Gustavo—; a los 9 ocupó el lugar definitivo que deja el baterista oficial y un Día de Reyes, el de 1944, le llegó una marimba como el más preciado regalo. Para profesionalizar las inquietudes del pequeño músico, sus papás decidieron que estudiara solfeo con el maestro Carlos de La O Valencia (La Lira); luego, con las claves y el bongó agregados a su destreza musical, ingresó al conjunto musical “Los Rumberos”.

Macario y familia./ Foto: @Ramón Sierra

En 1946, en busca de mejores perspectivas, viajó a la Ciudad de México para continuar sus estudios de primaria y asistir a una academia de música con el fin de estudiar piano bajo la tutela de la maestra Emma B. Villagrán y Pascual Guiú, padre de la actriz Emilia Guiú. Con mejores conocimientos y al regreso de México, a los 13 años, creó el “Son Clave azul”, su primer conjunto musical, agregando a su lista de instrumentos el tresillo y el acordeón. En 1952 es enviado por sus padres a Chilapa para estudiar la escuela secundaria y allí encontró también los espacios adecuados para continuar con su carrera verdadera: la musical. Las clases de piano y solfeo continúan y logró ingresar a la orquesta Hermanos Valle, de aquél lugar, en la que su puesto de baterista estuvo bien asegurado; así como de iniciar con la trompeta y el saxofón. Al regresar de Chilapa, Guerrero, se integró nuevamente a su “Son Clave Azul” y compuso su primera canción: “Infame”. Después de estas experiencias, inició otra aventura que daría un sello característico a su trayectoria musical: el saxofón. Y es el “sax barítono” por el que siente irresistible atracción. Más tarde, a través de este preciado instrumento, tocaría los dinteles del medio jazzístico.

En su carrera musical tuvo el placer de tocar “casi” todos los instrumentos (teclados, piano, guitarras, bajo acústico, bajo eléctrico, clarinete, trompeta, saxofones, bombardino, trombón, conga, bongó, batería, claves, etc. etc.; y experimentó la satisfacción de dirigir muchas orquestas y tocar en sus dos estilos que lo caracterizaron: el jazz y la música afroantillana; con profesionalismo sacó adelante el compromiso hacer innumerables arreglos para directores de orquesta, compositores y cantantes, entre los que se pueden citar: Pablo Beltrán Ruiz, Armando Manzanero, Kemy Coleman, Loui Brother, Judy Broch, Billy Morvin, Jacqueline France, Pepe Turón, Tere Villa, Margarita de La O y las Hermanas Benítez. Y tuvo la oportunidad de acompañar a Pedro Vargas, Marco Antonio Muñiz, José José, María Luisa y Avelina Landín, María Victoria, Irma Dorantes, Juan Legido, Las Hermanas Águila, los Hermanos Zavala y Trini López, entre otros. También tocó para Walt Disney, Jacqueline Kennedy, el mariscal Joseph Broz Tito, Violeta Chamorro y esposo, Frank Sinatra, Catherina Valente, Carmen Romano de López Portillo y Teddy Staufer, por mencionar algunos.

A mediados de los setenta entró de lleno al jazz, alternando con Chilo Morán, Leo Acosta, Freddy Guzmán, Chucho Zarzosa y Víctor Ruiz Pazzos. En la Ciudad de México, alternó en el salón El Señorial con Tino Contreras y dio recitales con sus hijos (también músicos) en el conjunto cultural Hollín Yolitzi (Festival Internacional de Jazz de 1989) de la Ciudad de México; y dio recitales de jazz en Estados Unidos, en las ciudades de Flint, Detroit, Pontiac y New York; en ese mismo país, alternó con el saxofonista Stan Getz; los pianistas Frank Collette y Allan Braodbent y el trombonista Al Grey. Por lo que respecta a la maestría de sus arreglos en música afroantillana, fue objeto de reconocimientos por el público nacional e internacional, pues la experiencia ganada a pulso que le dejaron sus amigos Enrique Jorrín (creador del Cha cha chá, en Cuba), Beto Valdez y Domingo (Mango) Vernier, le permitieron lograrlo; del mismo modo, el acompañar a cantantes del género afro antillano de la talla de Celia Cruz, Miguelito Valdez, Celio González, Bienvenido Granda, Chico Andrade Melón, Monguito Santamaría, Johny Pacheco, Juancito Núñez y Orlando Guerra lo obligaron a perfeccionarse en este género. Para 1989, su grupo musical La Kiyumba ya había adquirido mucha fama en el puerto de Acapulco, lo que le permitió ser invitado con todo y músicos a una gira musical por Japón y Hong Kong, de la que recuerda: “los clientes abarrotaban la disco ‘JJ’ del Grand Hyatt Hotel y diariamente la prensa y la radio y la TV locales nos dedicaban espacios, entrevistas y la difusión de nuestra música…”

Macario con sus hermanos y amigos./ Foto: @Ramón Sierra

Por su larga trayectoria musical fue objeto de 29 reconocimientos por diferentes personas, asociaciones y autoridades; como el de 1972, que fue la medalla de oro “Juan Álvarez” y un pergamino, otorgado por pueblo y autoridades del municipio de Atoyac de Álvarez; y el de 1981 (29 de noviembre) en que recibió la “Lira de Oro”, el máximo reconocimiento que otorga el Sindicato Único de Trabajadores de la Música de la República Mexicana. Fue homenajeado en Chilapa, La Sabana, San Jerónimo, Acapulco y en Tecpan de Galeana, su tierra natal. Y el 13 de diciembre de 1994, fue distinguido con el premio “Gala” del periódico “Novedades” concedido a “lo mejor de Acapulco”.

Un martes 7 de abril, pero de 1998, llegó la fatal noticia de su fallecimiento, víctima de una insuficiencia renal. Tecpan lloró la pérdida de uno de sus hijos predilectos quien llevó muy en alto su nombre; pero no sólo por ello, sino por el amor entrañable que siempre le prodigó: en las Fiestas del Santo Patrono ahí estaba él, con su violín, para acompañar las danzas tradicionales, de las que perfeccionó las partituras para guitarra y violín; en la Semana Santa, para “amanecerse” velando a Cristo en el atrio de la iglesia; en las Posadas y las festividades del mes de diciembre para acompañar a “Los Santos” y las “Veladas” en las casas en que recibían a Los Peregrinos; en sus escritos semanales en la página “El Machete Costeño”, de El Sol de Acapulco, que recogieron la historia de los músicos y las orquestas del viejo Tecpan de Galeana, Guerrero; de su viaje a Cuba, en la que recogió las notas del “tresillo” en los sones montunos, de la rumba de “Cachita”, del guaguancó, del ritmo antillano y en la herencia del sincretismo de los dioses africanos con los caribeños; en sus recuerdos de niño, en los que plasmaba cada una de las calles polvorientas del viejo Tecpan, para rescatar las anécdotas del barrio, el devenir de la vida pueblerina con ese sabor agradable de nostalgia que sólo él sabía imprimirle a esas notas periodísticas, como a las musicales, que nos dejó como recuerdo…

El deambular nocturno por todos los centros de moda en el internacional puerto de Acapulco de los años cincuenta a los sesenta representaba una extraordinaria experiencia para los amantes de la música afroantillana y del baile que acompasaba ella misma; pero también, de la música romántica apuntalada por el bolero. Noches inolvidables para muchos, a tal grado, que bautizaron al momento como la “Época Dorada de Acapulco”… Y en esa época llegó él, el maestro Macario Luviano Ruiz, adelantando con firmeza la punta del pie derecho, pues en el año de 1955 debutó profesionalmente para reforzar esa fama del puerto a través de su música alternando con experimentados músicos guerrerenses de aquel entonces, como Epitasio (Tacho) Torres, un excelente saxofonista de San Jerónimo de Juárez; Carlos Ramos, de Corral Falso y Elías Salas, de Coyuca de Benítez. “Con ellos —platicaría más tarde el mismo Macario— “viví muchas experiencias y recibí valiosos consejos, ¡todos eran estrellas musicales!...”

El maestro Macario Luviano Ruiz fue uno de los músicos más destacados de Tecpan, cuyo nombre puso muy en alto en los escenarios por donde llevó su arte musical y el Acapulco de la época dorada fue el trampolín que lo llevó a la fama. En México y en el extranjero logró imponer su sello musical. Nació en Tecpan el 25 de junio de 1936 y fue el primogénito del matrimonio formado por Isaac Luviano Ortiz y Flavia Ruiz Abarca. Su precocidad musical la manifestó a los cuatro años a través de un pequeño tambor; a los seis años hizo sus “pininos” en la batería de una antigua orquesta de su pueblo –recuerdaba su hermano Gustavo—; a los 9 ocupó el lugar definitivo que deja el baterista oficial y un Día de Reyes, el de 1944, le llegó una marimba como el más preciado regalo. Para profesionalizar las inquietudes del pequeño músico, sus papás decidieron que estudiara solfeo con el maestro Carlos de La O Valencia (La Lira); luego, con las claves y el bongó agregados a su destreza musical, ingresó al conjunto musical “Los Rumberos”.

Macario y familia./ Foto: @Ramón Sierra

En 1946, en busca de mejores perspectivas, viajó a la Ciudad de México para continuar sus estudios de primaria y asistir a una academia de música con el fin de estudiar piano bajo la tutela de la maestra Emma B. Villagrán y Pascual Guiú, padre de la actriz Emilia Guiú. Con mejores conocimientos y al regreso de México, a los 13 años, creó el “Son Clave azul”, su primer conjunto musical, agregando a su lista de instrumentos el tresillo y el acordeón. En 1952 es enviado por sus padres a Chilapa para estudiar la escuela secundaria y allí encontró también los espacios adecuados para continuar con su carrera verdadera: la musical. Las clases de piano y solfeo continúan y logró ingresar a la orquesta Hermanos Valle, de aquél lugar, en la que su puesto de baterista estuvo bien asegurado; así como de iniciar con la trompeta y el saxofón. Al regresar de Chilapa, Guerrero, se integró nuevamente a su “Son Clave Azul” y compuso su primera canción: “Infame”. Después de estas experiencias, inició otra aventura que daría un sello característico a su trayectoria musical: el saxofón. Y es el “sax barítono” por el que siente irresistible atracción. Más tarde, a través de este preciado instrumento, tocaría los dinteles del medio jazzístico.

En su carrera musical tuvo el placer de tocar “casi” todos los instrumentos (teclados, piano, guitarras, bajo acústico, bajo eléctrico, clarinete, trompeta, saxofones, bombardino, trombón, conga, bongó, batería, claves, etc. etc.; y experimentó la satisfacción de dirigir muchas orquestas y tocar en sus dos estilos que lo caracterizaron: el jazz y la música afroantillana; con profesionalismo sacó adelante el compromiso hacer innumerables arreglos para directores de orquesta, compositores y cantantes, entre los que se pueden citar: Pablo Beltrán Ruiz, Armando Manzanero, Kemy Coleman, Loui Brother, Judy Broch, Billy Morvin, Jacqueline France, Pepe Turón, Tere Villa, Margarita de La O y las Hermanas Benítez. Y tuvo la oportunidad de acompañar a Pedro Vargas, Marco Antonio Muñiz, José José, María Luisa y Avelina Landín, María Victoria, Irma Dorantes, Juan Legido, Las Hermanas Águila, los Hermanos Zavala y Trini López, entre otros. También tocó para Walt Disney, Jacqueline Kennedy, el mariscal Joseph Broz Tito, Violeta Chamorro y esposo, Frank Sinatra, Catherina Valente, Carmen Romano de López Portillo y Teddy Staufer, por mencionar algunos.

A mediados de los setenta entró de lleno al jazz, alternando con Chilo Morán, Leo Acosta, Freddy Guzmán, Chucho Zarzosa y Víctor Ruiz Pazzos. En la Ciudad de México, alternó en el salón El Señorial con Tino Contreras y dio recitales con sus hijos (también músicos) en el conjunto cultural Hollín Yolitzi (Festival Internacional de Jazz de 1989) de la Ciudad de México; y dio recitales de jazz en Estados Unidos, en las ciudades de Flint, Detroit, Pontiac y New York; en ese mismo país, alternó con el saxofonista Stan Getz; los pianistas Frank Collette y Allan Braodbent y el trombonista Al Grey. Por lo que respecta a la maestría de sus arreglos en música afroantillana, fue objeto de reconocimientos por el público nacional e internacional, pues la experiencia ganada a pulso que le dejaron sus amigos Enrique Jorrín (creador del Cha cha chá, en Cuba), Beto Valdez y Domingo (Mango) Vernier, le permitieron lograrlo; del mismo modo, el acompañar a cantantes del género afro antillano de la talla de Celia Cruz, Miguelito Valdez, Celio González, Bienvenido Granda, Chico Andrade Melón, Monguito Santamaría, Johny Pacheco, Juancito Núñez y Orlando Guerra lo obligaron a perfeccionarse en este género. Para 1989, su grupo musical La Kiyumba ya había adquirido mucha fama en el puerto de Acapulco, lo que le permitió ser invitado con todo y músicos a una gira musical por Japón y Hong Kong, de la que recuerda: “los clientes abarrotaban la disco ‘JJ’ del Grand Hyatt Hotel y diariamente la prensa y la radio y la TV locales nos dedicaban espacios, entrevistas y la difusión de nuestra música…”

Macario con sus hermanos y amigos./ Foto: @Ramón Sierra

Por su larga trayectoria musical fue objeto de 29 reconocimientos por diferentes personas, asociaciones y autoridades; como el de 1972, que fue la medalla de oro “Juan Álvarez” y un pergamino, otorgado por pueblo y autoridades del municipio de Atoyac de Álvarez; y el de 1981 (29 de noviembre) en que recibió la “Lira de Oro”, el máximo reconocimiento que otorga el Sindicato Único de Trabajadores de la Música de la República Mexicana. Fue homenajeado en Chilapa, La Sabana, San Jerónimo, Acapulco y en Tecpan de Galeana, su tierra natal. Y el 13 de diciembre de 1994, fue distinguido con el premio “Gala” del periódico “Novedades” concedido a “lo mejor de Acapulco”.

Un martes 7 de abril, pero de 1998, llegó la fatal noticia de su fallecimiento, víctima de una insuficiencia renal. Tecpan lloró la pérdida de uno de sus hijos predilectos quien llevó muy en alto su nombre; pero no sólo por ello, sino por el amor entrañable que siempre le prodigó: en las Fiestas del Santo Patrono ahí estaba él, con su violín, para acompañar las danzas tradicionales, de las que perfeccionó las partituras para guitarra y violín; en la Semana Santa, para “amanecerse” velando a Cristo en el atrio de la iglesia; en las Posadas y las festividades del mes de diciembre para acompañar a “Los Santos” y las “Veladas” en las casas en que recibían a Los Peregrinos; en sus escritos semanales en la página “El Machete Costeño”, de El Sol de Acapulco, que recogieron la historia de los músicos y las orquestas del viejo Tecpan de Galeana, Guerrero; de su viaje a Cuba, en la que recogió las notas del “tresillo” en los sones montunos, de la rumba de “Cachita”, del guaguancó, del ritmo antillano y en la herencia del sincretismo de los dioses africanos con los caribeños; en sus recuerdos de niño, en los que plasmaba cada una de las calles polvorientas del viejo Tecpan, para rescatar las anécdotas del barrio, el devenir de la vida pueblerina con ese sabor agradable de nostalgia que sólo él sabía imprimirle a esas notas periodísticas, como a las musicales, que nos dejó como recuerdo…

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