/ jueves 8 de diciembre de 2022

El Machete Costeño | Fusilaron a la Virgen de Guadalupe

La imagen de la Guadalupana combatió a los españoles como generala de las tropas insurgentes

Después de que el Pípila quemó las puertas de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato y el improvisado ejército insurgente, comandado por Miguel Hidalgo y Costilla, se alistaba para continuar el levantamiento armado en contra de los españoles, el cura Morelos recibió una orden de Hidalgo: “Por el presente comisiono en toda forma a mi lugarteniente el bachiller don José María Morelos, cura de Carácuaro, y le ordenó marcharse para que en la costa del sur levante tropas, procediendo con arreglo a las instrucciones verbales que le he comunicado.” Estas instrucciones consistían en atacar el Fuerte de San Diego, en Acapulco; y no sólo lo tomara, sino que estableciera, en esa importante fortaleza en manos de los españoles, un punto de avance para la guerra que acababa de emprender. Dicen los historiadores que no fue tan difícil para Morelos reunir a la gente, porque en su derrotero,desde Carácuaro a Nocupétaro, ya habían abrazado su causa más de doscientos hombres y en la iglesia de este último poblado, mandó tocar “llamada de indígena”, les habló de la lucha por la libertad que inició el señor cura de Dolores, bajo el amparo del estandarte de la Virgen de Guadalupe, de los puntos conquistados, de la toma de la Alhóndiga de Granaditas, de la toma de Valladolid; y ahora, se disponía a organizar el Ejército del Sur, como se lo había ordenado don Miguel Hidalgo. Desde ese punto, se encomendaron a la Guadalupana, para que, con su “intercesión divina, su velo de virgen y su corazón de madre”, los protegiera y los ayudara a conseguir la libertad que anhelaban.

Y con el mismo fervor, al grito de ¡viva la Virgen de Guadalupe!, con que Hidalgo iniciara la independencia de los mexicanos, también por los caminos de la insurgencia y por los derroteros de la libertad la Guadalupana llegaría a tierras guerrerenses plasmada en un estandarte que abanderó el general José María Morelos.

Y ya con él, la imagen de la Guadalupana combatió a los españoles como generala de las tropas insurgentes.En una escaramuza cerca del Fuerte de San Diego, en Acapulco, el estandarte había sido arrebatado por los gachupines a las tropas del insurgente Ávila (el 15 de febrero de 1813, según narra Luz de Guadalupe Joseph, en su libro “El viejo Acapulco”).

El estandarte, “hecho prisionero”, fue llevado al fuerte y encerrado en una bartolina. Dice la autora de “El viejo Acapulco”,que se procedió a formarle un “consejo de guerra”, pues La Morena del Tepeyac era la generalísima de las tropas insurgentes. “En el Castillo de San Diego se armó la tramoya. En el patio o plaza de armas, a un lado de la capilla, se levantó un tablado para realizar el juicio. A la Virgen de La Soledad, que a su vez era la Generala de los españoles, la llevaron en andas, bajo palio, desde su templo hasta el Castillo, para que presenciara el juicio y castigo de su odiada rival: la india del Tepeyac”. Y continúa Luz de Guadalupe: “el capitán Antonio de Elorriaga, convertido en fiscal acusador, multiplicó e inventó cargos que ameritaban la pena de muerte. Por unanimidad se votó la pena del fusilamiento.” Ante el beneplácito gachupín y la presencia del triángulo místico de la Señora de La Soledad y bajo el límpido cielo acapulqueño, “sacaron el estandarte de su calabozo y a un lado de la capilla del Fuerte… fue fusilado”.

Los insurgentes, recalentados por tan humillante agravio a su fervor guadalupano, trataron de capturar a la españolísima virgen de La Soledad a su regreso del Fuerte, pero no lo lograron. Más tarde, sacaron el estandarte de la española que se encontraba en la iglesia de Coyuca (de Benítez), “lo llevaron a orillas del puerto y allí lo fusilaron”. La venganza se había consumado.

Desde entonces para los del sur, ser guadalupano es algo esencial. Cada año los pueblos de las costas de Guerrero, la Grande y la Chica, así como los del resto de la entidad, los doce primeros días de cada diciembre, sufren de arteriosclerosis por congestionamientos de feligreses en las peregrinaciones, camiones-cafres y otros vehículos que corren por sus venas; se estremecían, temerosos de incendios y calentamientos por los “cuetes” y cohetes que estallaban y amenazaban las casas o enramadas de techos de palma; y digo estallaban, porque en algunas ciudades —Como en Tecpan de Galeana, Guerrero,México— ya están prohibidos o más controlados por el peligro y daños que ocasionan.

No obstante algunos imprevistos, la tradición en torno a las festividades en honor a la virgen de Guadalupe, se sigue sosteniendo, a pesar de los tiempos de inseguridad, de crimen organizado, de pandemia y de guerra política.

Pero, como dijo don Renato Leduc, eso no importa, si cada año “el caramelo que mi boca chupe, será siempre tu nombre: Guadalupe”.

Después de que el Pípila quemó las puertas de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato y el improvisado ejército insurgente, comandado por Miguel Hidalgo y Costilla, se alistaba para continuar el levantamiento armado en contra de los españoles, el cura Morelos recibió una orden de Hidalgo: “Por el presente comisiono en toda forma a mi lugarteniente el bachiller don José María Morelos, cura de Carácuaro, y le ordenó marcharse para que en la costa del sur levante tropas, procediendo con arreglo a las instrucciones verbales que le he comunicado.” Estas instrucciones consistían en atacar el Fuerte de San Diego, en Acapulco; y no sólo lo tomara, sino que estableciera, en esa importante fortaleza en manos de los españoles, un punto de avance para la guerra que acababa de emprender. Dicen los historiadores que no fue tan difícil para Morelos reunir a la gente, porque en su derrotero,desde Carácuaro a Nocupétaro, ya habían abrazado su causa más de doscientos hombres y en la iglesia de este último poblado, mandó tocar “llamada de indígena”, les habló de la lucha por la libertad que inició el señor cura de Dolores, bajo el amparo del estandarte de la Virgen de Guadalupe, de los puntos conquistados, de la toma de la Alhóndiga de Granaditas, de la toma de Valladolid; y ahora, se disponía a organizar el Ejército del Sur, como se lo había ordenado don Miguel Hidalgo. Desde ese punto, se encomendaron a la Guadalupana, para que, con su “intercesión divina, su velo de virgen y su corazón de madre”, los protegiera y los ayudara a conseguir la libertad que anhelaban.

Y con el mismo fervor, al grito de ¡viva la Virgen de Guadalupe!, con que Hidalgo iniciara la independencia de los mexicanos, también por los caminos de la insurgencia y por los derroteros de la libertad la Guadalupana llegaría a tierras guerrerenses plasmada en un estandarte que abanderó el general José María Morelos.

Y ya con él, la imagen de la Guadalupana combatió a los españoles como generala de las tropas insurgentes.En una escaramuza cerca del Fuerte de San Diego, en Acapulco, el estandarte había sido arrebatado por los gachupines a las tropas del insurgente Ávila (el 15 de febrero de 1813, según narra Luz de Guadalupe Joseph, en su libro “El viejo Acapulco”).

El estandarte, “hecho prisionero”, fue llevado al fuerte y encerrado en una bartolina. Dice la autora de “El viejo Acapulco”,que se procedió a formarle un “consejo de guerra”, pues La Morena del Tepeyac era la generalísima de las tropas insurgentes. “En el Castillo de San Diego se armó la tramoya. En el patio o plaza de armas, a un lado de la capilla, se levantó un tablado para realizar el juicio. A la Virgen de La Soledad, que a su vez era la Generala de los españoles, la llevaron en andas, bajo palio, desde su templo hasta el Castillo, para que presenciara el juicio y castigo de su odiada rival: la india del Tepeyac”. Y continúa Luz de Guadalupe: “el capitán Antonio de Elorriaga, convertido en fiscal acusador, multiplicó e inventó cargos que ameritaban la pena de muerte. Por unanimidad se votó la pena del fusilamiento.” Ante el beneplácito gachupín y la presencia del triángulo místico de la Señora de La Soledad y bajo el límpido cielo acapulqueño, “sacaron el estandarte de su calabozo y a un lado de la capilla del Fuerte… fue fusilado”.

Los insurgentes, recalentados por tan humillante agravio a su fervor guadalupano, trataron de capturar a la españolísima virgen de La Soledad a su regreso del Fuerte, pero no lo lograron. Más tarde, sacaron el estandarte de la española que se encontraba en la iglesia de Coyuca (de Benítez), “lo llevaron a orillas del puerto y allí lo fusilaron”. La venganza se había consumado.

Desde entonces para los del sur, ser guadalupano es algo esencial. Cada año los pueblos de las costas de Guerrero, la Grande y la Chica, así como los del resto de la entidad, los doce primeros días de cada diciembre, sufren de arteriosclerosis por congestionamientos de feligreses en las peregrinaciones, camiones-cafres y otros vehículos que corren por sus venas; se estremecían, temerosos de incendios y calentamientos por los “cuetes” y cohetes que estallaban y amenazaban las casas o enramadas de techos de palma; y digo estallaban, porque en algunas ciudades —Como en Tecpan de Galeana, Guerrero,México— ya están prohibidos o más controlados por el peligro y daños que ocasionan.

No obstante algunos imprevistos, la tradición en torno a las festividades en honor a la virgen de Guadalupe, se sigue sosteniendo, a pesar de los tiempos de inseguridad, de crimen organizado, de pandemia y de guerra política.

Pero, como dijo don Renato Leduc, eso no importa, si cada año “el caramelo que mi boca chupe, será siempre tu nombre: Guadalupe”.

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