El Machete Costeño | El brigadier Hermenegildo Galeana en la Guerra de Independencia

Ramón Sierra

  · lunes 19 de septiembre de 2022

el maltrecho ejercito insurgente , despues de la sangrienta persecucion del sitio de Cuautla, se encontro disperso. Morelos, con el espantoso de la tropa pasó por Ocuituco, Hueyapan e Izúcar y terminó, finalmente, retrocedió hasta Chiautla. Por esos días llegaron por fin Nicolás Bravo, Ignacio Ayala y Hermenegildo Galeana. Para el 1º de junio de 1812, Morelos contaba ya con 800 hombres, más los de Galeana, Matamoros, don Miguel y don Nicolás Bravo. Con este contingente, Morelos avanzó hacia Chilapa que durante el sitio de Cuautla había caído nuevamente en manos de los españoles. En esta ciudad, el general Galeana solicitó a su jefe partir de inmediato a auxiliar a Valerio Trujano, que se encontró sitiado en Huajuapan, desde el 5 de abril, mientras ellos lo estaban en Cuautla. Los jefes españoles Régules, Caldelas, Juan de La Vega y Esperón atacaban por todos lados a Trujano;

Cuatro columnas llegaron con decisión y arrojo a los mismos puntos del sitio: Galeana contra Caldelas, Nicolás Bravo contra Esperón, Vicente Guerrero contra de La Vega y Morelos contra las tropas de Régules, auxiliado por Valerio Trujano, quién desde dentro de la ciudad atacaba a Reglas que se debaten entre dos fuegos; que para colmo de su desgracia, una vez aplastada la escuadra de Caldelas, llegó Galeana a reforzar a Morelos y entonces en el glorioso ejército español empezó la desbandada: Régules y Esperón no pararon hasta llegar a Yanhuitlán; Caldelas había sido abatido por un lancero insurgente y tras de su muerte se originó la huida de sus soldados.

Después del triunfo en Huajuapan, Morelos apuró a Matamoros, que se encontró en Izúcar, a terminar de preparar militarmente la división, que sería la parte medular del nuevo ejército insurgente. A Galeana le encomendó disciplinar al resto del ejército que alcanzó ya 3.600 hombres. El Caudillo ya no quería improvisados sino soldados bien trabajados. En agosto de 1812 Morelos mandó a don Nicolás Bravo a San Agustín del Palmar, pero ya el general español Juan Labaqui se había atrincherado en dicho pueblo y pedido refuerzos al virrey ya Calleja. La mañana del 19 de agosto los insurgentes seguirán la estrategia a seguir: Nicolás Bravo emplazó su artillería y comenzó un bombardeo contra las tropas de Labaqui. El ataque se prolongó todo el día y toda la noche. Al día siguiente con bayoneta y machete, los españoles fueron desalojados de San Agustín del Palmar. Don Nicolás Bravo volvió a Tehuacán, e informó a Morelos de su victoria. El general, después de felicitar a los héroes de San Agustín del Palmar, se reservó para más tarde informar a don Nicolás de la propuesta del virrey Venegas sobre la situación de su padre, don Leonardo Bravo, que había caído prisionero en el Sitio de Cuautla . El virrey ofreció el indulto a don Nicolás ya sus tíos Víctor y Manuel Bravo; si lo aceptaban, anulaba la pena de muerte dictada contra don Leonardo. Por su parte, Morelos ofreció al virrey 800 prisioneros españoles por la vida de su lugarteniente. se reservó para más tarde informar a don Nicolás de la propuesta del virrey Venegas sobre la situación de su padre, don Leonardo Bravo, que había caído prisionero en el Sitio de Cuautla. El virrey ofreció el indulto a don Nicolás ya sus tíos Víctor y Manuel Bravo; si lo aceptaban, anulaba la pena de muerte dictada contra don Leonardo. Por su parte, Morelos ofreció al virrey 800 prisioneros españoles por la vida de su lugarteniente. se reservó para más tarde informar a don Nicolás de la propuesta del virrey Venegas sobre la situación de su padre, don Leonardo Bravo, que había caído prisionero en el Sitio de Cuautla. El virrey ofreció el indulto a don Nicolás ya sus tíos Víctor y Manuel Bravo; si lo aceptaban, anulaba la pena de muerte dictada contra don Leonardo. Por su parte, Morelos ofreció al virrey 800 prisioneros españoles por la vida de su lugarteniente. Morelos ofrecieron al virrey 800 prisioneros españoles por la vida de su lugarteniente. se reservó para más tarde informar a don Nicolás de la propuesta del virrey Venegas sobre la situación de su padre, don Leonardo Bravo, que había caído prisionero en el Sitio de Cuautla. El virrey ofreció el indulto a don Nicolás ya sus tíos Víctor y Manuel Bravo; si lo aceptaban, anulaba la pena de muerte dictada contra don Leonardo. Por su parte, Morelos ofreció al virrey 800 prisioneros españoles por la vida de su lugarteniente. Morelos ofrecieron al virrey 800 prisioneros españoles por la vida de su lugarteniente. se reservó para más tarde informar a don Nicolás de la propuesta del virrey Venegas sobre la situación de su padre, don Leonardo Bravo, que había caído prisionero en el Sitio de Cuautla. El virrey ofreció el indulto a don Nicolás ya sus tíos Víctor y Manuel Bravo; si lo aceptan, anulaba la pena de muerte dictada contra don Leonardo. Por su parte, Morelos ofreció al virrey 800 prisioneros españoles por la vida de su lugarteniente. anulaba la pena de muerte dictada contra don Leonardo. Por su parte, Morelos ofreció al virrey 800 prisioneros españoles por la vida de su lugarteniente. anulaba la pena de muerte dictada contra don Leonardo. Por su parte, Morelos ofreció al virrey 800 prisioneros españoles por la vida de su lugarteniente.

Sin haber respuesta del ofrecimiento de Morelos, el virrey Venegas ordena la ejecución de Leonardo por el método del “garrote” en la calzada de Ejido de la ciudad de México. Después de este doloroso acto para el Caudillo, éste escribió al general don Nicolás Bravo:

Excmo. Sr. General don Nicolás Bravo. Medellín, Prov. de Veracruz.

Tengo la pena de manifestar a usted que, por órdenes expresas del virrey, con fecha 13 del actual fue muerto su señor padre, general D. Leonardo Bravo, Deploro tanto como usted suceso tan infausto, aunque le recordaré que es una gloria morir en el Servicio de la Patria. De todos modos, como respuesta a la noticia anterior, sírvase mandar pasar a cuchillo a todos los prisioneros que tiene en su poder, comunicándome, en seguida, su ejecución. Igual cosa haré con los que yo guardo. Dios conserve a usted muchos años.

Dado en el cuartel general de Tehuacán, a los diecisiete días de septiembre de 1812. José Ma. Morelos.

Esa misma noche, Bravo seguramente que se diera auxilio espiritual a 300 prisioneros y al día siguiente les perdonó la vida, ante el pueblo que fue testigo de su magnanimidad. La gran mayoría de los soldados perdonados, agradecían haber vuelto a la vida y se pasaron a engrosar las filas del ejército insurgente.

Para Morelos llegó el momento crucial de la toma de decisiones; es decir, la designación de su lugarteniente general. El que sería responsable de los destinos del movimiento insurgente en caso de faltar él. Para este cargo prefirió a Mariano Matamoros en lugar de Hermenegildo Galeana. Sus dudas sobre esta decisión, al parecer lo escribir hizo una carta a don Ignacio Rayón al considerar, además, la imposibilidad de salvar la vida de don Leonardo Bravo, antes de su ejecución. Esta es parte de la misiva: “Ecmo. Señor: Porque las vicisitudes de la guerra son varias, y mi segundo, el brigadier don Leonardo Bravo está en México, he nombró Mariscal al Licenciado D. Mariano Matamoros, cura de Tautetelco, por el mérito que en este año ha contraído organizando una brigada en Izúcar, y defendiendo aquella plaza, a más de lo que trabajó en Cuautla, por cuyo motivo le dio a reconocer por mi segundo, (…) pues, aunque el Brigadier de la primera Brigada, D. Hermenegildo Galeana ha trabajado más y es de más valor, pero inculpablemente no sabe escribir, y por consiguiente le falta aquella aptitud literaria, que recompensa en el otro el menor trabajo personal. Sin embargo, el impulso Galeana, por su valor, trabajo y bellas circunstancias, es acreedor al grado de mariscal (...) Dios guarde a VE muchos años – 12 de septiembre de 1812— José María Morelos.

De este nombramiento. El historiador Dromundo recogió desde su óptica esta versión: “Tal designación de Morelos a favor de Matamoros postergando meritos de Galeana, se atribuye a que la actitud de Morelos estuvo influenciada por intrigas de aquel secretario suyo, licenciado Juan N. Rosainz, quien se dedicó a sembrar la discordia entre los insurgentes más destacados. Ni por su forma literaria ni desde luego por su contenido, puede atribuirse a Morelos la redacción de la comunicación a Rayón (…) Tan equivocado estaba el caudillo al dejarse sorprender en su buena fe, que la actitud posterior de Galeana así lo puso de manifiesto , con su humilde silencio, su disciplina sin rencores, su invariable lealtad hacia el hombre por quien sintió —sintió siempre— una admiración y un culto casi religiosos…”

Ubaldo Vargas Martínez, historiador meticuloso del general Hermenegildo Galeana, también opinó al respecto: “No tenemos noticias de que Galeana hubiera exteriorizado sentimientos contrarios a esta elección de Morelos que postergaba por segunda vez al héroe de Tecpan (…) Galeana, como hombre inteligente, conocía perfectamente el valor de sus virtudes personales y la eficacia evidente de sus acciones al servicio de la causa de la Independencia (...)

El hecho indudable de que Galeana hubiera superado la muy humana consideración de haber sufrido una injusticia, aumentara una vez más la calidad suprema de ese espíritu, el temple magnífico de su personalidad y, sobre todo, la devoción inquebrantable hacia los principios e ideales por los que tantas veces arriesgó con la vida”.

El 25 de octubre salió el ejército insurgente con rumbo a Orizaba, con la intención de tomar la población. El ejército bajó las Cumbres de Acultzingo y llegó ante la ciudad el día 28. Morelos hubo parlamento para evitar el derramamiento de sangre. El general español José Antonio Andrade, que custodiaba la plaza, lejos de rendirse, respondió: “que entre el señor Morelos, si puede”. Hacia las ocho horas de ese día apareció Galeana al frente de 1.200 soldados ante la Garita de la Angostura. Una poderosa columna realizó un movimiento envolvente sobre las laderas de San Cristóbal, mientras otra más la hacía por Santa Catarina, triple mecánica de pinzas sobre la Garita. Andrade cedía: sus columnas diezmadas, la retirada inevitable abriéndose camino con sus pocos soldados por entre las balas insurgentes. Después de esta victoria,

Ordenó que se unieran los contingentes de la 6ª Brigada comandada por Mariano Matamoros compuesta de 2.500 hombres; las brigadas de don Miguel Bravo con 2.000 insurgentes; las tropas de Galeana y del propio Morelos, que ascendían a casi 5,000 soldados, es decir, con un ejército de casi 10,000 hombres, con sus jefes Mariano Matamoros; Hermenegildo Galeana; Miguel Bravo, Pablo Galeana, Vicente Guerrero; Félix Fernández y los artilleros Mier y Terán y Ramón Sesma. La caminata hacia Oaxaca por abruptas serranías resultó inclemente para el glorioso ejército; conducir artillería por cuestas y declives agobiaba a los extenuados insurgentes. Al llegar al valle de Etla, en las orillas de Oaxaca, Morelos peligrosamente el ataque: Galeana al mando de los artilleros Mier y Terán y Ramón Sesma, destrozó la trinchera del Fortín de La Soledad, defendido por el coronel realista Bonavia, quien huyó desordenadamente con sus soldados. Le tocó consumar, bajo su participación personal, dos proezas decisivas: la captura de los conventos de Santo Domingo y El Carmen… A la una de la tarde el combate había terminado. Sobre esta victoria, Ernesto Lemoine Villicaña, escribió: “…La estructura de la Nueva España se cuarteó, pues los insurgentes avanzaron hasta el istmo de Tehuantepec, e incluso amenazaron el extremo occidental de la Capitanía de Guatemala (…) Así, el año que empezara en Cuautla con tan optimistas vaticinios se cerraba con broche de oro en la hermosa Antequera, y Morelos llegaba a la cúspide de su carrera de conductor. Se había ganado, en verdad, el resonante título de El Rayo del Sur”. bajo su participación personal, dos proezas decisivas: la captura de los conventos de Santo Domingo y El Carmen… A la una de la tarde el combate había terminado. Sobre esta victoria, Ernesto Lemoine Villicaña, escribió: “…La estructura de la Nueva España se cuarteó, pues los insurgentes avanzaron hasta el istmo de Tehuantepec, e incluso amenazaron el extremo occidental de la Capitanía de Guatemala (…) Así, el año que empezara en Cuautla con tan optimistas vaticinios se cerraba con broche de oro en la hermosa Antequera, y Morelos llegaba a la cúspide de su carrera de conductor. Se había ganado, en verdad, el resonante título de El Rayo del Sur”. bajo su participación personal, dos proezas decisivas: la captura de los conventos de Santo Domingo y El Carmen… A la una de la tarde el combate había terminado. Sobre esta victoria, Ernesto Lemoine Villicaña, escribió: “…La estructura de la Nueva España se cuarteó, pues los insurgentes avanzaron hasta el istmo de Tehuantepec, e incluso amenazaron el extremo occidental de la Capitanía de Guatemala (…) Así, el año que empezara en Cuautla con tan optimistas vaticinios se cerraba con broche de oro en la hermosa Antequera, y Morelos llegaba a la cúspide de su carrera de conductor. Se había ganado, en verdad, el resonante título de El Rayo del Sur”. “…La estructura de la Nueva España se cuarteó, pues los insurgentes avanzaron hasta el istmo de Tehuantepec, e incluso amenazaron el extremo occidental de la Capitanía de Guatemala (…) Así, el año que empezara en Cuautla con tan optimistas vaticinios se cerraba con broche de oro en la hermosa Antequera, y Morelos llegaba a la cúspide de su carrera de conductor. Se había ganado, en verdad, el resonante título de El Rayo del Sur”. “…La estructura de la Nueva España se cuarteó, pues los insurgentes avanzaron hasta el istmo de Tehuantepec, e incluso amenazaron el extremo occidental de la Capitanía de Guatemala (…) Así, el año que empezara en Cuautla con tan optimistas vaticinios se cerraba con broche de oro en la hermosa Antequera, y Morelos llegaba a la cúspide de su carrera de conductor. Se había ganado, en verdad, el resonante título de El Rayo del Sur”.

Consumado el triunfo de Oaxaca, Morelos avanzó a Acapulco. El único punto en el Pacífico en manos de los españoles y que tan difícil le había resultado conquistar. Pero ahora, con el ejército que comandaba y la experiencia acumulada en tantas luchas, era necesario dominarlo. Es así que el 9 de febrero de 1813 salió de Oaxaca con la consigna de conquistar el castillo de San Diego. Antes de finalizar febrero, en el punto denominado Yanhuitlán, se concentró todo el ejército y excepcionalmente que lo acompañaran a Acapulco el mariscal Hermenegildo Galeana y su sobrino Pablo. Ordenó que la 6ª Brigada, con su comandante general Mariano Matamoros, se quedara en Yanhuitlán ante la expectativa de un posible ataque a Oaxaca. El derrotero hacia el puerto del Pacífico fue muy largo y penoso. El ejército subió hacia la sierra Mixteca,

El 6 de abril de 1813, Morelos dio nuevamente sus instrucciones para el asedio formal al puerto. Y una vez más, como lo hacía siempre antes del combate, intimó al capitán Pedro Antonio Vélez, comandante de la plaza, a que depusiera las armas. Pero Vélez, soldado de carrera, rechazó la rendición. El ejército de Morelos, compuesto por casi 1,500 hombres fue dividido en tres columnas, la primera encomendada al mariscal Hermenegildo Galeana, que avanzó por el camino real, según la orden de “acometer la ciudad metiéndose de ella y del Castillo”; la segunda dirigida por el teniente coronel Felipe González, que subió por el cerro de Las Iguanas; y la tercera, al mando del brigadier Julián de Ávila que ocupó el cerro de La Mira y el punto denominado Casa Mata (hoy, Fortín Álvarez). Ante el ataque simultáneo de las tres columnas, los relistas se concentraron en la plaza. “…a las cinco de la tarde del doce la gente comenzó a fortalecer al Castillo, lo mismo hizo la fuerza de Rubido, quien con tres culebrinas defendió la ciudad desde el baluarte del Hospital. Pero a las oraciones (las siete de la noche), fue tomada la ciudad, así como Casa Mata”. A partir de entonces, el punto a conquistar se redujo al Fuerte de San Diego, una fortaleza difícil de tomar debido a que contaba con cañones y suficientes armas.

Debido a que catorce canoas y dos lanchas cañoneras surtas en la Isla de La Roqueta surtían de víveres y pertrechos de guerra a los sitiados del Castillo, Morelos tomó en cuenta un plan de don Pedro Irrigaray que consistía en tomar por asalto la isla. Para ello habría que seleccionar a las personas que harían la proeza. Sin mucho pensarlo, encargó a los Galeana, don Hermenegildo y su sobrino Pablo, la responsabilidad del Plan: Pablo Galeana, con una canoa y al amparo de la noche, realizó cuatro viajes a la isla. Para proteger las lanchas y entrar en acción por si algo fallaba, el mariscal Hermenegildo Galeana se apostaría en las playas de Caleta para dirigir la operación. El joven Pablo Galeana, sobrino del general Hermenegildo, tomó la isla la madrugada del 9 de junio de 1813, el fruto de la victoria fue: de 40 prisioneros,

El sitio al castillo se prolongó más de lo planeado, los víveres escaseaban, tanto entre los sitiados como en los sitiadores. Entonces, Morelos estableció el asalto definitivo al castillo. Más tarde escribió para la Junta Gubernativa los pormenores del ataque: “El diecisiete de agosto, en la noche, determiné que el señor mariscal C. Hermenegildo Galeana, con una corta división, ciñera el sitio hasta el foso por el lado de los hornos a la derecha del castillo, y el siempre valeroso teniente coronel D. Felipe González por la izquierda, venciendo éste los grandísimos obstáculos de profundos voladeros que caen al mar (…) mientras el Sr. Mariscal Galena se le ve pasar por Los Hornos, dominado del Cañón y de todos los fuegos, sin más muralla que su cuerpo, hasta encontrarse el uno con el otro; sin más novedad que un capitán y un soldado heridos de bala de fusil, el enemigo sacó algunos más que nosotros. Esta nunca bien alabada acción aterrorizó tanto al enemigo que suspendió sus fuegos, dando indicios de parlamento...” El Mariscal Hermenegildo Galeana, una vez concertada la capitulación, recibió la orden de pasar al castillo para tomar posesión del cuartel y de los pertrechos de los vencidos: “El día 20 de agosto le entregó el Gobernador (Pedro Antonio Vélez) las llaves del castillo con 407 fusiles habilitados; 50 sables; 35 machetes; 146 lanzas; 50 cajones de pólvora labrada y en granel; tres alcores surtidos; 80 piezas de artillería calibre de 4 hasta 16; dos morteros de 12 pulgadas; banderas y 20,000 balas de dichos cañones…”

El 31 de agosto de 1813 el general Morelos partió Chilpancingo para establecer, desde del 13 al 15 de septiembre de 1813, el Congreso de Anáhuac, cuya convocatoria la había lanzado desde Acapulco el 8 de agosto. En todas las provincias se quedaban los jefes. No era una reunión de militares, sino una de hombres sabios, ilustrados en jurisprudencia. El día 11 de septiembre de 1813, publica su “Reglamento”, en cuyas líneas se lee: “…atemperándome a las circunstancias y a cuantas dan de sí las graves atenciones de la guerra, mando se cumplan, guarden y ejecuten en todas sus partes los artículos que contiene este reglamento…” El documento consta de 59 artículos para establecer la independencia definitiva de la nación, marcaba los lineamientos del Congreso que se iba a Constituir. En su primer artículo establece: “1. Reunidos en la iglesia parroquial (de Sta. María de La Asunción, en Chilpancingo) la mañana del 13 del corriente (septiembre) los electores que se hallen presentes, procederán a la elección de los diputados representantes de sus respectivas provincias. En el 16. “En seguida nombrará un Presidente y Vi-ce-Presidente que con los dos secretarios dividirán entre sí el Derecho Universal. En el 17: “Hecho este nombramiento, procederá el Congreso (…) a expedir con la solemnidad posible un Decreto declaratorio de la independencia de esta América de la Península española, sin apellidarla con el nombre de ningún monarca…”

El día 14 de septiembre, el general Morelos pronunció el discurso inaugural del Congreso de Chilpancingo (C. de Anáhuac), en el que, al final, destaca “…al 12 de agosto de 1521 sucedió el 14 de septiembre de 1813; en aquél se apretaron las cadenas de nuestra servidumbre en México-Tenochtitlan; en éste, se rompen para siempre en el venturoso pueblo de Chilpancingo. ¡Dios grande y misericordioso, ¡Dios de nuestros padres, loado seas por una eternidad sin principio! (…) Señor: vamos a restablecer, mejorando el gobierno, el Imperio mexicano, vamos a ser el espectáculo de las naciones cultas que nos observan: vamos, en fin, a ser libres e independientes. Temamos al juicio de una posteridad justa e inexorable que nos espera. Temamos a la historia que ha de presentar al mundo el cuadro de nuestras acciones, y ajustemos nuestra conducta a los principios más sanos de honor, de religión y de política.”