Como cada mañana, Doña Isabel se alistaba para ir a su carnicería en una ranchería de la Costa Grande. La mujer, de estatura alta con su cabello negro trenzado hasta la cintura y su falda bordada con mucho vuelo, la cual resaltaba su ya avanzado embarazo.
Antes de salir de su humilde vivienda esperó a su esposo Jacinto, quien el día anterior había ido al pueblo a comprar víveres y aún no regresaba. Estando parada en el corredor pasaron unos hombres a quienes les preguntó si no lo habían visto, ellos le contestaron que lo habían dejado en los burdeles que estaban al otro lado del río.
Enfurecida y celosa, Doña Isabel tomó un cuchillo decidida a matarlo. Lo esperó toda la noche pero no llegó.
Al otro día, la mujer se alistó y fue al burdel, empuñando en su mano derecha el arma filosa. Llegó y vio a Jacinto, se dirigió hacia él y le gritó: “Qué haces aquí maldito”, después se le abalanzó con el puñal pero él le pudo sostener el brazo, ella con furia lo bajó incrustándoselo en su costado, desangrándose, para después morir.
Su madre y hermana recogieron el cuerpo y lo llevaron a su casa, lo acostaron en la cama para prepararlo, de repente vieron que su vientre se movía, dando paso al nacimiento del bebé.
Sorprendidas, tomaron a la criatura y la envolvieron en una sábana, llamaron a la partera quien les confirmó que efectivamente Doña Isabel estaba muerta y había parido.
Jacinto se arrodilló ante el cadáver de su esposa pidiéndole perdón, sostuvo a su hijo en brazos y le prometió cuidarlo y jamás abandonarlo.
Cuenta la leyenda que a pocos días de su muerte por las noches se veía el fantasma de Doña Isabel buscando a Jacinto en los burdeles, espantando a los maridos infieles que ahí se encontraban.