Una de las tradiciones más arraigadas entre los mexicanos es, sin duda, el Día de Muertos o de “Los fieles difuntos”; que se ha convertido en una fiesta coloreada de diversos matices desde la época prehispánica, la herencia de la evangelización hasta nuestros días, infiltrada por la cultura del “Halloween”, los fantasmas, zombies, vampiros, brujas y seres de ultratumba.
Nuestros ancestros precolombinos pusieron el toque mágico con los rituales de bienvenida a los muertos la noche de su llegada a sus “panteones” y nos han dejado de herencia las “ofrendas” o altares confeccionados con aquellos artículos que le gustaban a los difuntos o la comida de su preferencia. En la época de la Revolución se acuñó un símbolo que se ha hecho popular: la “Catrina”,de José Guadalupe Posada, con sombrero elegante; y convirtió a la muerte en“elemento plástico” —según Diego Rivera— “que se volvió calavera que pelea, se emborracha, llora y baila y que se mueve tirando de un cordón; que ahora se come como calavera de azúcar para engolosinar a los niños.” Es la muerte “garbancera”,que sirvió a Posada para burlarse de la clase rica que adulaba e imitaba las costumbres europeas… Y convirtió en calavera hasta a Porfirio Díaz y Emiliano Zapata,pasando por todos los rancheros, artesanos y catrines de aquella época.
La concepción precolombina de la muerte tiene su mejor manifestación en el pueblo de Mixquic, que data del año 670 d. C. cuando fue dominado por el Señorío de Culhuacán. Refundado a mediados del Posclásico (1100 dC) por la cultura chichimeca. Posterior a la Conquista,lo primeros franciscanos edificaron en su cementerio el templo de San Andrés Apóstol, hoy San Andrés Mixquic, uno de los siete pueblos originarios de la alcaldía de Tláhuac, en la CdMex, ubicado en una zona que antiguamente fue una isla rodeada por el lago de Chalco del que ahora, desecado, quedan únicamente algunos canales y forma parte del polígono de la zona “chinampera” declarada como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
En Míxquic, actualmente, los eventos relacionados con el Día de Muertos comprenden exhibiciones de danza y teatro, conciertos al aire libre y en el interior del templo de San Andrés Apóstol, proyecciones de cine, al igual que se lleva a cabo el juego de pelota prehispánico, así como una gran vendimia popular en las calles de la ciudad. En muchas casas y edificios públicos se levantan ofrendas dedicadas a los difuntos,en las que destacan frutas, alimentos, papel picado, cempasúchil y otras flores, pan de muerto, calaveritas de azúcar, velas y otros elementos que son tradicionales para los rituales que se llevan a cabo alrededor de los días 1 y 2 de noviembre. En otros puntos de la delegación de Tláhuac se las tradición se repite, como en Iztapalapa, San Lorenzo Tezonco, San Antonio Tecómitl, entre otros. En otros pueblos, como San Nicolás Tetelco y San Juan Ixtayopan se confeccionan tapetes de aserrín para acompañar las ofrendas.
La historia refiere que todo inicia en el templo de San Andrés Mixquic. En este templo, los franciscanos impusieron el tañer de sus campanas, el 31 de octubre, para anunciar las ceremonias de los muertos; pero lo que no impusieron o cambiaron fue la tradición indígenas; es decir, la víspera, preparar una ofrenda sobre una mesa con tres niveles: el cielo, la tierra y el inframundo; un mantel blanco, vaso con agua, para mitigar la sed de los difuntos que hacen un largo peregrinaje desde el más allá; un plato con sal, para que no se corrompa su alma pues la sal es un conservador natural; e incienso o copal, que purifica el ambiente y saca los malos aires del interior de la casa. Las ánimas sólo se comen los aromas de los alimentos, por ello, pasado los “días de guardar” estos alimentos y frutos ya no tienen sabor.
A las veinte horas vuelven a doblar las campanas para ofrecer un rosario a las ánimas chiquitas que llegan esa noche; la dueña de la casa les ofrece dulces, juguetes y frutas a manera de bienvenida, una vela por cada niño de la familia y otra más para las ánimas olvidadas; también se coloca una foto de los niños que se fueron al cielo. A la hora de cenar les ofrecen tamales de dulce, atole o chocolate y pan de muerto de tamaño chico, cuyas figuras representan los huesitos de la muerte; rodetes de color blanco con una caña al centro, que representa al niño en medio del ciclo de la vida: nacer, vivir y morir. Afuera de la casa se coloca una estrella de papel de china, a manera de farol, para indicarles a las ánimas chiquitas la casa donde se les espera.
En el tercer día (2 de noviembre) se realiza la famosa “Alumbrada” en el panteón, ubicado junto al templo, donde se rinde homenaje a los muertos que dejaron un recuerdo en este mundo. A partir de las siete de la noche la gente llega a las tumbas decoradas con flores y encienden cirios. El panteón se llena de luz para mostrarle el camino a los muertos... Y, finalmente, el día 3 de noviembre, los vecinos van de casa en casa intercambiando fruta, pan y comida,con lo que se da como concluida la festividad del (ahora) más nutrido Día de los Muertos.
La tradición en México, heredada de los pueblos de Mesoamérica precolombina, a diferencia de otras influencias culturales que origina la globalización, ha venido ganando terreno a los seres de ultratumba,brujas, vampiros, zombies y fantasmas que solo se ven en las pantallas planas de los hogares mexicanos y en los móviles que portan los habitantes, desde los chicos hasta los grandes; en calles, plazas, zócalos, parques, escuelas, atrios,explanadas y panteones, estos seres extranjeros fueron completamente desplazados por nuestras “Catrinas”, los altares-ofrendas de imitación prehispánica, así como desfiles de monumentales catrinas o concursos de las mismas pero de carne y hueso; de tal forma, que en los últimos años, han venido desplazando al famoso “Halloween” que nos impuso la cultura anglosajona en las postrimerías del siglo pasado. Hoy, las familias mexicanas participan de la alegría que originan los festejos que se llevan a cabo en estos dos días de fiesta.
Por otro lado, aparte de la Calaca y la Catrina, como elementos plásticos creados por José Guadalupe Posada en la época de la Revolución mexicana, para ridiculizar a la clase “pudiente” del gobierno porfirista o para burlarse de la clase rica que imitaba las costumbres europeas, también tenemos la música mexicana, que se ríe de la muerte o que hace de la muerte una tradición musical, como “La Calaca” o “Viene la muerte echando rasero” del Cancionero Popular, que hicieran famosas Óscar Chávez y Amparo Ochoa; “La Llorona”,originaria de Oaxaca, que han interpretado famosos cantantes, sin olvidar a “La Catrina”, que interpreta Susana Harp; o la canción que hizo famosa el Charro Avitia: “En qué quedamos Pelona, ¿me llevas o no me llevas?”...