Sobre una caja de madera, pone un cartón y encima acomoda su escasa mercancía, enseguida don Leonardo Ávila García, paciente espera que le compren, tal y como lo ha hecho desde hace 25 años en las escalinatas de un acceso a una tienda comercial, lugar en donde ha visto salir y ocultarse el sol.
Siempre callado, pero sin perder detalles de los transeúntes, dice que hace 80 años nació en la comunidad de Pedro Guerrero, perteneciente a Placeres del Oro, región de la Tierra Caliente, de donde emigró siendo un adolescente de 14 años.
Llegamos al puerto de Acapulco, porque mi madre se casó y su marido fue quien me trajo, quedándose a rentar un pequeño cuarto en la que ahora es la colonia Progreso.
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Debido a las penurias que atravesaron, no fue a la escuela y tuvo que trabajar para aportar al gasto de su casa, así que se empleó desde cargador de canastas, bolero, vendedor de gelatinas, entre otros oficios, que le permitían ganarse la vida honradamente.
Dijo que después se casó y tuvo cuatro hijos, cuando estos se independizaron, se instaló en un acceso que esta entre Oceánic 2000 y un restaurante, hace ya 25 años, en donde pone su modesto puesto de venta de dulces y también ofrece billetes de la lotería.
Incluso, don Leonardo, refiere que algunos tuvieron premios, pero nunca los volvió a ver, sin embargo, esto no lo ha desanimado para seguir vendiéndolos a la gente, quienes finalmente son los de la suerte.
A pesar de que la edad se le vino encima, no pierde el buen ánimo y confiesa que ya no piensa regresar a su lugar de origen, pues dice que aquí tiene a toda su familia y aquí tiene planeado descansar eternamente.
Pero mientras esto no sucede, seguirá ganándose la vida vendiendo dulces, muy agradecido con el creador por permitirle llegar a su edad y sobre todo por la oportunidad de conocer a sus nietos, que es la razón de su vida.