Oculta de las miradas del populacho, la “Casa Raquel” fue la primera casa de citas que existió en el puerto de Acapulco, la cual se encontraba sobre la calle Inalámbrica y fue abierta en 1962, que en aquella época se le conocía como lupanar y funcionaba como cantina, pero a la vez ofrecía los servicios de jovencitas que practicaban el oficio más antiguo del mundo.
De acuerdo a las viejas crónicas de esos años, se trataba de un inmueble que tenía las características propias de una vivienda “normal” y que atraía el turismo sexual, que fue su principal generador de ingresos, en virtud de que el cobro era en dólares debido a que se ofrecía un servicio de calidad por tratarse de clientes muy exigentes.
El cronista de la ciudad, Anituy Rebolledo Ayerdi, cita en su prolífico acervo histórico, que la propietaria de ese congal fue Rebeca O de Piña, cuya visión empresarial traspasó fronteras y abrió otros negocios del mismo giro en la Ciudad de México y en el estado de Puebla, obviamente, con las ganancias que generaba la “Casa Raquel”.
Hay que recordar que en esa década el puerto de Acapulco, empezó a detonar como el primer destino turístico de México, con la construcción de la costera Miguel Alemán, en 1949, por el presidente de la República, Miguel Alemán Valdés, que a parte de que era un paseo por el litoral costero, convergía con hoteles de lujo y una rica zona comercial.
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Es esta bonanza que aprovecha doña Rebeca O de Piña, de mudarse de lugar y se finca en el fraccionamiento Marroquín, pero con el propósito de que sus “distinguidos” clientes no perdieran la ubicación de su negocio, mantuvo el mismo nombre de “Casa Raquel”, aunque con el paso de los años y quizá en un acto de ego, decidió cambiarle el nombre a “Quinta Rebeca”.
Es de resaltarse, que en este sitio solo trabajaban mujeres de cuerpo escultural, bellas y jóvenes, que era lo que atraía no solo a empresarios, políticos y funcionarios públicos, obviamente, turistas, pero también que eran garantía de secrecía y clandestinidad, es decir, no se admitía a cualquiera, pues se daban el lujo del derecho de admisión, es por eso, que este lugar muchos sabían que existía solo en pláticas o anécdotas.
Además, la propietaria contó con el apoyo de las autoridades y gente poderosa, de otro modo corría el riesgo de que se le clausurara, por lo que al estar alejada de los escándalos, sus servicios eran más demandados, lo que le representaba jugosas ganancias, pues las bebidas tenían un costo muy superior al de otros negocios y por eso solo acudía gente pudiente, solo que a consumir su principal artículo: las bellas sexoservidoras.
Quizá un capítulo que es el más recordado, fue el que ocurrió entre 1964 o 1965, es que los cronistas no se ponen de acuerdo, en lo que sí coinciden es que se registró durante la visita oficial a México de la reina Juliana de Holanda, quien acompañada por su esposo el príncipe Bernardo, después de cumplir con su agenda oficial, el gobierno de la República los invitó a conocer el puerto de Acapulco.
En ese entonces el alcalde de Acapulco, era el doctor Ricardo Morlet Sutter, fue quien los recibió y los hospedó en el mejor hotel, solo que en el príncipe consorte Bernardo, aprovechó para pedirle a solas al edil que organizará un “safari nocturno”, que al momento entendió que lo que le pedía era una noche de congales y en ese momento el mejor lugar era la “Quinta Rebeca”.
Así que instruyó a su policía y a los soldados, a efecto de que se dispusiera un operativo de seguridad para garantizar la estancia de su distinguido huésped, por la noche lo llevó al negocio de doña Rebeca O de Piña, a fin de darle una sorpresa con el atractivo que se ofrecía y la recepción consistía en que todas se formaran en el patio con sus diminutas galas, exhibiendo sus contorneadas formas y todo el esplendor de su belleza, para dar la bienvenida a este miembro de la realeza e hiciera el pase de lista a la tropa femenina.
El alcalde nunca imaginó ser él el sorprendido, cuando al entrar el príncipe Bernardo, las atractivas damas que ofrecen el amor comprado, al verlo, rompieron la formación que les había ordenado la propietaria y se le abalanzaron encima, llenándolo de besos y caricias, dejando el descubierto que era un cliente frecuente del lugar.
Las expresiones de las mujeres semidesnudas lo llamaban “Mi Rey”, otras solo “mi Príncipe”, “Papilindo” o simplemente “Papi” y hasta alguien le dijo en tono de reclamo ¡Hasta que volviste cabrón!, mientras que Bernardo, devolvía el arrumaco con una sonrisa y palmadas, como todo un conocedor de estos menesteres del placer prohibido.
¿Pero cómo fue que el príncipe conoció la Quinta Rebeca? Bueno, hay la sospecha que fue durante sus visitas que hizo anteriormente al puerto, con el argumento de aprender a bucear, con el gran tritón del mar Hilario Martínez, “El Perro Largo”, por lo que no se duda ni tantito que haya sido quien lo llevó a esos montes perfumados y se haya convertido en cliente frecuente.
Por lo que fue el esposo de la reina con nombre de sopa, Juliana, el último personaje de alcurnia que visitó la “Quinta Rebeca”, que después de varios años de estar abierta al público, finalmente sucumbió y este inmueble en la actualidad es una construcción que conserva su amplio patio adoquinado de unos 800 metros cuadrados, hay ahora dos escaleras al final, lo adornan palmeras y mangos.
Quienes pasan por el lugar, pueden admirar un muro de mampostería granítica, está en alto relieve y pintado de color naranja esta el nombre de Rebeca, con una letra que ya no se usa, pero eso si, se recuerda que aquí estuvieron las mujeres de alquiler más hermosas, ofreciendo sus servicios a la gente poderosa de aquellos tiempos, entre estos, se dice, a miembros del Estado Mayor Presidencial, que llegaron, incluso, a cerrar la casa “solo para ellos”.