La extrema pobreza que se respira en el campo y la falta de oportunidades es la causa principal de la emigración de los campesinos a las grandes urbes, como es el caso de don Zacarias, que truncó su carrera de músico y de agricultor, para dedicarse a vender raspados en el puerto de Acapulco.
Su faena diaria inicia al alba, tal y como lo hacía en su natal Tlapa de Comonfort, municipio de la parte alta de la región de la Montaña, preparando en su modesto hogar su carrito que acondicionó perfectamente para el hielo y los envases con los sabores que prepara para “bañar” los raspados.
Más tarde coloca la barra de hielo y le pone encima una franela, después lo envuelve perfectamente con un plástico para dilatar que se derrita por el fuerte calor del sol, enseguida acomoda las botellas que contienen los sabores de tamarindo, piña, grosella, uva, fresa y rompope.
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Una vez que tiene todo listo, se encomienda al creador y empuja el carrito que pinto de color blanco, pero también porta su camisa color blanco, un pantalón azul, su cubrebocas, porque la pandemia todavía no se doma, por último su gorra que le sirve para cubrirse de los rayos del sol de la mañana.
Don Zacarias es un hombre que habla poco, recorre la franja de Caleta y Caletilla, desde hace 15 años, en donde cultiva clientes y atiende a los turistas, que ante el sofocante sol hacen un alto para degustar un raspado, observando la técnica que utiliza para colocar la porción en un vaso y después le coloca el preparado de tamarindo.
Brevemente, dice, que es oriundo de Tlapa, en donde era parte de la banda de músicos de “chile frito”, tocaba la trompeta y se dedicaba al cultivo de sus tierras, pero la falta de apoyo, de un buen grano y del fertilizante, no sacaba para alimentar a su familia y no lo pensó dos veces, juntó el poco dinero que tenía y llegó al puerto de Acapulco, en donde en un principio se las vio difícil.
Sin embargo, nunca se rindió y le buscó, hasta que aprendió hacer raspados, con el tiempo junto dinero y se trajó a su familia, se independizó y ahora trabaja por su cuenta, vendiendo sus raspados, pero no siempre le va bien, hay altibajos, pero finalmente lleva el sustento a su hogar.
Sin añadir más, este luchador de la vida, concluye la venta de dos raspados y sigue cubriendo su ruta, porque la tarde está por caer y es momento de aprovechar el calor para vender sus raspados a los turistas que visitan la zona tradicional de Acapulco.