Las nuevas generaciones que recorran el centro de la ciudad y vean el local de el “Café Wadi”, ni idea tienen de que hay una historia de sacrificios y mucho trabajo de una familia de emigrantes que nunca se rindió en alcanzar sus sueños de lograr un mejor bienestar para los suyos.
Si algo ha distinguido a las familias de inmigrantes que se quedaron a vivir en el puerto de Acapulco, ha sido su gran aporte al desarrollo de este estado suriano, con su trabajo y su contribución a la economía de la ciudad, tal es el caso de los hermanos Sebastian, Salomón y Wadi Guraieb Guraieb.
Originarios del Líbano, esta admirable familia, llegó a México, siguiendo a sus tíos Aniceto e Ibrahim Garaieb, ambos radicados en el puerto de Acapulco desde 1920, pero también huyendo de la violencia, que en aquellos años se acentuó por los estragos de la primera guerra mundial.
De acuerdo al cronista de la ciudad, Anituy Rebolledo Ayerdi, fue en 1922, que los tres consanguíneos pisan por vez primera suelo mexicano, procedentes de la localidad libanesa de Dair El Amar, quienes con sus escasos recursos, prueban suerte abriendo un local de ropa al que le ponen “Hermanos Guraieb”.
Pero a los pocos años, cada quien decide emprender su propia aventura y se separan, en el caso del hermano menor Wadi y su esposa Rosa Guraieb, quien también era su prima, viajan al estado de Veracruz, en donde abren un local de ropa en el mercado del lugar.
Es en ese sitio, en donde prueba el café veracruzano, lo que le da un giro a su vida cuando empieza a investigar más sobre el aromático, al grado que regresa a la Ciudad de México y esta vez llega a la Merced, en donde renta un local y pone una cafetería que le pone por nombre El Emir.
Entre sus clientes, escucha hablar que el mejor grano es del municipio de Atoyac de Alvarez, en el estado de Guerrero, al cual califican de alta calidad y de un sabor distinto por cultivarse a la sombra, produciendo un capulín de color rojo único.
Es tanta su curiosidad, pero también su visión de empresario, lo llevan a viajar a la localidad cafetalera en la Costa Grande de Guerrero, dejando a su hermano Salomón su cafetería en la capital del país, por lo que en 1938 se instala en Atoyac.
A su llegada de inmediato se relaciona con los habitantes del lugar y empieza a comprar el grano, que envía a la Ciudad de México, le pide a su hermano que sustituya el café por el que se cultiva en la sierra de la Costa Grande, lo que incrementa su clientela.
Sin embargo, solo duró cuatro años en Atoyac, pues su esposa Rosa le pide que se muden al puerto de Acapulco, por lo que accede y busca el apoyo de su tío Aniceto, quien curiosamente, era hermano de su esposa, entonces era su cuñado al mismo tiempo, quien con gusto les da cobijo.
Para esto, se convirtió en cafetalero, pues una parte de la producción la comproba y la comercializaba, lo que le trajo buenos dividendos, pues literalmente explotó una actividad que estaba apenas floreciendo, pero no conforme abrió una cafetería que bautizo como “Café Atoyac”, en la calle Eduardo Mendoza.
El negocio se hizo famoso y conservó la misma razón social, a pesar que se mudó a la calle Velázquez de León y Mina, del primer cuadro de la ciudad, en donde todavía funciona el molino y el tostador, que desprendía un aroma único que inundaba todo el perímetro.
A la muerte de este ser humano ejemplar, sus hijos, en reconocimiento a su trabajo, pero fundamentalmente por respeto, amor y gratitud, deciden cambiarle el nombre y le ponen “Café Wadi”, que todavía sigue ofreciendo el mejor café, solo que ahora es atendido el negocio por Said, hijo mayor de Wadi Guraieb.