El problema de Acapulco son su indignación e inacción perpetuas. Su sociedad vive crónicamente indignada pero permanentemente inactiva ante las problemáticas que enfrenta, y cuando algún grupo se activa generalmente es bajo manipulación de liderazgos oportunistas en busca de capitalizar la molestia.
De ahí que las acciones sean en perjuicio de terceros como es el bloqueo de vialidades, especialmente la turística Costera Miguel Alemán por donde entran la mayor parte de los ingresos económicos de la principal actividad generadora de empleos y dinero del estado de Guerrero. Aparte, claro, de las remesas que mandan nuestros paisanos desde los Estados Unidos.
Cuando usted vea un bloqueo en la Costera, haga de cuenta que ese grupo de personas no tienen pancartas en las manos, si no la caja registradora de la que sale el dinero para pagar los gastos de su casa, del gobierno, y de todos los establecimientos de hospedaje, gastronómicos, comerciales y de entretenimiento asentados a lo largo de la avenida, así como los salarios de sus respectivos trabajadores.
Secuestran la economía y piden rescate por ella, a gobiernos facultados para aplicar la Ley que les permite desalojar, arrestar y proceder legalmente en representación de los ciudadanos afectados, pero no lo hacen porque en Acapulco la politiquería impera y el riesgo de que los mismos que exigen desalojo sean los que acusen escandalosamente actos de represión es muy probable.
Los bloqueos, especialmente en la Diana que es un punto estratégico para partir en dos la ciudad y afectar la llegada de turistas, han aumentado en demanda de los apoyos económicos que el gobierno federal ha otorgado por los huracanes Otis y John a personas que sufrieron afectaciones en sus viviendas.
Particularmente destacan los efectuados por locatarios de mercados que no sufrieron daños pero que quieren dinero porque hay poco turismo en el puerto a comparación del que llegaba antes del Otis cuando obviamente todos los hoteles y comercios estaban activos, y lo exigen dándose un balazo en el pie, afectando la poca actividad turística de un Acapulco en recuperación donde aún hay muchos establecimientos en espera del pago de las compañías aseguradoras para poderse activar.
No quiero decir con esto que no haya desempleo. Aunque he escuchado a empresarios locales quejarse de que no consiguen gente que quiera trabajar.
La sociedad acapulqueña juega un papel de espectador y el único rol activo es el de opinar en las redes sociales. Incluso en los pocos casos de ayuda en el mundo real el verdadero fin parece ser la generación de contenidos para ganar likes en el mundo virtual.
Cuando no son las acciones equivocadas, son las motivaciones desvirtuadas. Y cuando se ha tratado de las acciones y motivaciones correctas han venido de fuera a mostrarnos como se hace, como fue el caso de las famosas comidas gratuitas de World Central Kitchen.
En Culiacán como todo México sabe, la guerra interna en el Cártel de Sinaloa ha acrecentado la violencia, afectando las fuentes de empleo. Allá fue un chef el que organizó un evento para cocinar el aguachile más grande del mundo, amenizado por 200 músicos de banda, para recaudar dinero para apoyar a meseros y trabajadores desempleados.
Ojalá en Acapulco surgiera una iniciativa así. Aunque habría qué preguntarnos si no resultaría mas caro el caldo que las albóndigas porque la manera de muchos acapulqueños de enfrentar las crisis es protestar para obtener, y no trabajar para lograr.
Si surgiera una iniciativa así, seguro no faltaría quien acusara al organizador de robarse el dinero, o grupos de personas reclamando que también a ellos les den dinero, bajo amenaza de bloquear la Costera. Esto, señores, es Quejapulco.