/ miércoles 9 de octubre de 2024

Médula / La paz y el diablo

“Soy un hombre que ama a Cristo”. Así se identificó Alejandro Arcos Catalán entonces alcalde electo ante periodistas y locutores de Radiovisión con los que desayunó en conocido hotel de la Escénica de Acapulco un par de semanas antes de rendir protesta constitucional en el cargo que ocupó solo seis días porque lo mataron.

Antes de abanderar la coalición del PRI-PRD-PAN, fue colaborador de esa radiodifusora en Chilpancingo.

Pero eso no es lo relevante que deseo destacar, sino la declaración de fe con la que inició el mensaje dirigido a sus ex compañeros conductores de los diferentes programas que se transmiten en las emisoras del grupo radiofónico, y sobre todo, el principal reto y a la vez su legado que anhelaba dejar a la capital de Guerrero: “La pacificación de Chilpancingo”.

Dijo que desde el primer día buscaría trabajar en ello, e incluso pidió a los comunicadores ayudarle con ideas de políticas encaminadas a lograr la paz. Se lo había propuesto y tenía fe en lograrlo.

Creo importante decirlo ante la suspicacia perversa con que la cultura política carroñera imperante pudiera recibir las primeras versiones sobre su deleznable asesinato, sobre todo la emitida por el secretario de Seguridad del Gobierno de México, Omar García Harfuch, en el sentido de que fue solo y sin seguridad a una reunión en el área de influencia de uno de los grupos criminales que disputan la capital.

Al funcionario federal le toca encarar los medios ante la trascendencia internacional del hecho criminal, aunque la responsabilidad de investigar el asesinato, y de informar a los guerrerenses es del fiscal Zipacná Jesús Torres Ojeda.

Pese a su amplia experiencia, Harfuch se encuentra entre la pared de la discreción con la que debe llevarse la investigación, y la espada de doble filo de los medios y los ciudadanos que quieren enterarse a través de éstos quiénes y porqué dieron tan sádica muerte al joven político guerrerense.

Comunicar a cuentagotas siempre resultará en un campo fértil a las más diversas y particulares interpretaciones muchas de las veces influenciadas por las motivaciones políticas. Y en otras, como es el caso, desatadas por la sensibilidad y la conmoción provocada en la sociedad guerrerense cuya capacidad de asombro despertó de inmediato ante la atrocidad y la bestialidad ocurrida el domingo pasado.

El mismo Jesúcristo, al que Alejandro Arcos declaró amar, dijo que de la boca salen las cosas que abundan en el corazón. De la suya salió su amor por Dios y el anhelo de paz para Chilpancingo.

De resultar cierta alguna de las muchas versiones publicadas en los medios nacionales, las cuales apuntan todas a reuniones con los grupos que han ensangrentado a la capital, sería seguramente en ese contexto de búsqueda de gobernabilidad que a los municipios, el eslabón más débil del estado, le es casi imposible.

Desgraciadamente no se puede buscar la paz reuniéndose con el diablo. Ahí está el caso de su antecesora de Morena Norma Otilia Hernández Martínez, a quien le costó su carrera política. Pero a él, le habría costado la vida.

“Soy un hombre que ama a Cristo”. Así se identificó Alejandro Arcos Catalán entonces alcalde electo ante periodistas y locutores de Radiovisión con los que desayunó en conocido hotel de la Escénica de Acapulco un par de semanas antes de rendir protesta constitucional en el cargo que ocupó solo seis días porque lo mataron.

Antes de abanderar la coalición del PRI-PRD-PAN, fue colaborador de esa radiodifusora en Chilpancingo.

Pero eso no es lo relevante que deseo destacar, sino la declaración de fe con la que inició el mensaje dirigido a sus ex compañeros conductores de los diferentes programas que se transmiten en las emisoras del grupo radiofónico, y sobre todo, el principal reto y a la vez su legado que anhelaba dejar a la capital de Guerrero: “La pacificación de Chilpancingo”.

Dijo que desde el primer día buscaría trabajar en ello, e incluso pidió a los comunicadores ayudarle con ideas de políticas encaminadas a lograr la paz. Se lo había propuesto y tenía fe en lograrlo.

Creo importante decirlo ante la suspicacia perversa con que la cultura política carroñera imperante pudiera recibir las primeras versiones sobre su deleznable asesinato, sobre todo la emitida por el secretario de Seguridad del Gobierno de México, Omar García Harfuch, en el sentido de que fue solo y sin seguridad a una reunión en el área de influencia de uno de los grupos criminales que disputan la capital.

Al funcionario federal le toca encarar los medios ante la trascendencia internacional del hecho criminal, aunque la responsabilidad de investigar el asesinato, y de informar a los guerrerenses es del fiscal Zipacná Jesús Torres Ojeda.

Pese a su amplia experiencia, Harfuch se encuentra entre la pared de la discreción con la que debe llevarse la investigación, y la espada de doble filo de los medios y los ciudadanos que quieren enterarse a través de éstos quiénes y porqué dieron tan sádica muerte al joven político guerrerense.

Comunicar a cuentagotas siempre resultará en un campo fértil a las más diversas y particulares interpretaciones muchas de las veces influenciadas por las motivaciones políticas. Y en otras, como es el caso, desatadas por la sensibilidad y la conmoción provocada en la sociedad guerrerense cuya capacidad de asombro despertó de inmediato ante la atrocidad y la bestialidad ocurrida el domingo pasado.

El mismo Jesúcristo, al que Alejandro Arcos declaró amar, dijo que de la boca salen las cosas que abundan en el corazón. De la suya salió su amor por Dios y el anhelo de paz para Chilpancingo.

De resultar cierta alguna de las muchas versiones publicadas en los medios nacionales, las cuales apuntan todas a reuniones con los grupos que han ensangrentado a la capital, sería seguramente en ese contexto de búsqueda de gobernabilidad que a los municipios, el eslabón más débil del estado, le es casi imposible.

Desgraciadamente no se puede buscar la paz reuniéndose con el diablo. Ahí está el caso de su antecesora de Morena Norma Otilia Hernández Martínez, a quien le costó su carrera política. Pero a él, le habría costado la vida.