Una vez más, quienes se dicen estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa salieron a las calles de Chilpancingo, no a manifestarse y realizar una protesta, sino a causar daños y perjuicios a la propiedad pública y privada. ¿Por qué se les permite tanta impunidad, siendo que flagrantemente cometen delitos?
Por enésima vez señalo que la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos -la misma que en días pasados fue avasallada y violada por la mayoría legislativa de MORENA- establece la garantía de respetar el derecho a manifestarse y protestar, siempre y cuando no se violen derechos de terceros, se cometa o promueva un delito.
Me pregunto sobre qué sentido tiene o ha tenido elaborar normas que regulen las relaciones entre particulares y de éstos con la autoridad. ¿Para qué se han establecido derechos y deberes y, en caso de omitir éstos, las obligaciones y correspondientes sanciones civiles, penales, mercantiles o administrativas?
Coincido con todo lo escrito por Sara Sefchovich, en su libro “País de Mentiras” y con el propio Octavio Paz, en “El Laberinto de la Soledad” y con Alan Riding, en “Vecinos Distantes” y con Samuel Ramos, en “El perfil del hombre y la cultura en México” o con Edmundo O’Gorman, en “México, el trauma de su historia”, entre otros.
Para decirlo en palabras llanas: somos una sociedad que aparenta, que simula; o para ocupar el refrán popular, que le “tapa el ojo al macho”. Y, sobre todo, ignorante y negligente con nuestros deberes. Ocupando otro refrán, deseamos “que se haga la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre”.
He escuchado, a lo largo de mi vida, a personas de distinta clase socioeconómica y cultural decir que “las leyes se hicieron para violarlas” y “el que no transa, no avanza”. Terribles sentencias. Y más, si lo avala el Jefe de Estado, cuando dijo “no me vengan con el cuento de la ley". Si esa sociedad es la que somos, estamos perdidos.