Esta semana estuvo llena de fuertes críticas hacia los países en guerra. Luego de que se cumplieron mil días de la invasión rusa a Ucrania, el Papa Francisco calificó como un desastre vergonzoso, y a esto hay que agregar el bombardeo reciente de Ucrania a Rusia con misiles estadounidenses. Pobres de los humanos que creemos que hemos avanzado porque fabricamos armas cada vez más mortales o porque en tecnología de la comunicación vamos muy bien, o porque llegamos a otros planetas. Paradójico que por un lado se buscan las fórmulas que puedan curar y salvar a la humanidad de enfermedades mortales y por el otro lado se mata. NO, no, no… eso no es avanzar, seguimos en el mismo punto de hace miles de años, cuando había hordas para invadir otros pueblos, se saqueaba, se incendiaba y se mataba para demostrar quién eras más poderoso. No hay diferencia. Seguimos siendo como los pueblos primitivos.
La prueba es que los países en guerra, que siguen disputando los territorios o el petróleo o simplemente por cuestiones religiosas (fundamentalismo) como los que se consideran escogidos por Dios porque aseguran que Dios les dio la tierra prometida. Eso ocurre en el Oriente Medio; en Europa pasa lo mismo, como los niños que se pelean por un juguete, así hoy Ucrania lanza misiles a Rusia, fabricados en Estados Unidos, lo que puede provocar un problema más serio a nivel mundial.
Desde que tenían que fabricar armas para la cacería o para cortar algunos frutos, se convirtió la piedra, el cuchillo, la lanza, la pólvora, las balas en instrumento para dominar al otro. Encontraron que el método para ese dominio y control era a través del verbo matar: yo mato, tus matas, nosotros matamos. Pero no ha cambiado nada, este verbo es más común en estos países que detentan el poder. Y de nada sirven los discursos para detener las masacres; en estas guerras existen muchos factores que intervienen para los conflictos armados. Los discursos sobre derechos humanos, de paz, de hermandad y los tratados de paz, los países poderosos se los pasan por el arco del triunfo.
Lo paradójico es que mientras lanzaban bombas en las guerras, en otro lugar se hablaba de paz. En la cumbre de líderes del grupo de los veinte G 20 en Río de Janeiro, Brasil, una voz femenina resonó cuando correspondió a nuestra presidenta Claudia Sheinbaum su ponencia, en la que preguntó: “¿Qué está pasando en el mundo, que en tan solo dos años, el gasto en armas creció casi el triple que la economía mundial? Congruente, anteponiendo su política de “humanismo mexicano”, propuso a las naciones participantes de la Cumbre sembrar paz y vida, en lugar de hacer guerras, mediante la aportación del 1 por ciento del gasto militar para llevar a cabo los programas de reforestación más grandes de la historia. Sería crear un fondo con ese porcentaje, en el que se aporten 24 mil millones de dólares al año para apoyar a sembradores.
La propuesta va en el sentido de que al reforestar y sembrar se pueda combatir el hambre y la pobreza; sembrar árboles maderables y frutales para evitar las migraciones, además de poder ayudar a disminuir el calentamiento global, a fin de que tengamos un planeta más equilibrado.
Hay que seguir apostando a la paz, como ya lo han hecho Martin Luther King, Nelson Mandela, Rigoberta Menchú y Gandhi, entre otros. Es el único camino para el bienestar mundial. Construir y no destruir. Hay que sembrar amor para evitar las guerras. Sembrar vidas, para evitar la muerte.